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Pedro Salinas

Fidel vuelve a asesinar

En la madrugada del 13 de julio de 1989, en las afueras de La Habana, un pelotón de fusilamiento compuesto por seis jóvenes soldados pertrechados por rifles AK-47 terminó con la vida de cuatro oficiales acusados de traición. Uno de ellos fue el general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, de 49 años, uno de los oficiales más populares y condecorados de la isla. Había sido guerrillero en la revolución comunista de 1959 que llevó a Castro al poder, tenía el título de Héroe de la Revolución (el más alto honor otorgado a un militar), y, lo más curioso, fue íntimo amigo del Comandante Castro.

El propio Castro los mandó matar y observó la ejecución en un vídeo tape que le alcanzaron los médicos militares horas después.

Luego de su último homicidio múltiple conocido, hace casi 14 años, el sátrapa vuelve a las andadas, como un vampiro ávido de sangre. Fidel ha vuelto a asesinar. El pasado viernes 11 de abril liquidó a tres personas acusadas de secuestrar una lancha en la Bahía de La Habana con el propósito de llegar a las costas de Florida y pedir asilo. El juicio fue sumario y la condena a muerte fue por el cargo de “terrorismo”.

Pero eso no es todo, el tirano más longevo del planeta, ha emprendido la mayor campaña de represión política contra los propios cubanos, contra la débil oposición interna, conformada por periodistas, bibliotecarios e intelectuales. Se estima que hay cerca de 80 detenidos, acusados todos de “actividades conspirativas”. Algunos ya han sido condenados a cadena perpetua. De otros no se conoce su paradero. Uno de los sancionados es Raúl Rivero, un poeta, escritor y periodista de 57 años, fundador de Cuba Press, la primera agencia independiente de la prensa cubana, y directivo de la Sociedad Interamericana de Prensa, quien enfrenta una pena de 20 años de prisión por escribir para medios extranjeros sin autorización del Estado.

A todos se les acusa de atentar contra la seguridad del Estado. Claro, sin exhibir prueba alguna. El único “delito” que se les conoce es el de reclamar elecciones libres y derechos fundamentales como el de expresión y reunión. Sólo piden libertad.

Pero la naturaleza totalitaria de Castro, asentada en el terror y el poder absoluto, entiende esas exigencias como subversivas, como sediciosas. Prefiere ser brutal, sanguinario. Total, ¿quién va a detenerlo?, se debe preguntar, mordiendo su habano, el criminal.

La reacción bobalicona y pusilánime de los países latinoamericanos pareciera darle la razón al amigo de García Márquez, Saramago, Maradona y Hugo Chávez. El periodista argentino Andrés Oppenheimer, ganador del Pulitzer y autor de “La hora final de Castro”, en un artículo cuenta cuál fue la respuesta de algunos cancilleres sobre la ola de represión castrista. El canciller mexicano, Luis Ernesto Derbez, “lamentaba” las condenas a prisión. El canciller brasileño, Celso Amorim, dijo: “La situación de los derechos humanos en cualquier país siempre nos preocupa”. Y el canciller peruano, Allan Wagner, para vergüenza doble de los peruanos (porque Perú está copatrocinando una resolución suavizada sobre Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU), responde: “este tema aún no ha llegado a mi despacho”.

Sarta de cobardes, apocados y pelafustanes, incapaces de reclamarle al mundo que se congelen los planes de cooperación con Cuba, que se condene categóricamente a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que se bloquee la reelección de Cuba para un nuevo período en esta comisión, que ni siquiera se atreven a manifestarse públicamente sobre el prontuario patibulario y perverso de Fidel Castro. Por el contrario, cuando lo ven en los Encuentros Iberoamericanos de Presidentes, se le acercan, le sonríen, le estrechan la mano, se toman fotos con él, y regresan a sus países con anécdotas sobre las ingeniosas frases que les dirigió el canalla.

No se dan cuenta de que su actitud cómplice y apañadora no hace más que prolongarle la existencia al victimario de vidas cubanas y de la libertad.

Pedro Salinas es corresponsal de la agencia © AIPE en Lima.

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