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Pedro Schwartz

Las causas de la riqueza

No me importa en absoluto el que haya grandes diferencias entre las personas más ricas y las más pobres. Si como ocurre en las democracias capitalistas las grandes fortunas se obtienen sirviendo al prójimo, como, por ejemplo, jugando al fútbol o creando una cadena de tiendas de moda o inventando un sistema operativo para PCs, no entiendo entonces por qué se escandaliza nadie. Más discutibles son las fortunas obtenidas por culpa de la intervención estatal mal concebida, como las de los tratantes de armas o los traficantes de drogas. Las fortunas obtenidas en honrada competencia, que son las más, me parecen buenas para la sociedad, por la variedad que dan al gasto y las formas de vida. Como estoy de acuerdo con los críticos del sistema en que el dinero no mide el mérito de las personas, sino sólo si han sabido satisfacer las demandas del gran público, me resigno de buena gana a no ser multimillonario ni me duele que haya quien lo sea. No soy envidioso.

Lo importante pues es que desaparezca la miseria. Los anti-sistema cometen dos errores en su percepción de la pobreza en el mundo de hoy. Se equivocan al pensar que ha sido causada por la explotación de los países ricos. Yerran al creer que está aumentando.

Una de las afirmaciones que más indignación ha causado entre mis lectores anti-progresistas es que la pobreza es el estado natural de la humanidad y que la riqueza es el resultado de un entramado artificial de instituciones y libertades, que son lo más contrario que pueda imaginarse a la sociedad de los anti-sistema.

Lo natural es pasar hambre y penalidades, padecer enfermedades sin cuento y, expuestos a muerte violenta o sumidos en la superstición, vivir bajo la férula de déspotas caprichosos. Como dijo Thomas Hobbes en 1651, la vida en el estado natural es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”. Su sentencia sigue siendo válida. Por eso Adam Smith tituló su libro de 1776 De las causas de la riqueza de las naciones y no de la pobreza. Lo fácil es ser pobre. Para que cunda el bienestar, es necesario que se respete la propiedad privada, se cumplan los contratos, haya un gobierno honrado que defienda los derechos humanos y se abran los mercados, incluso la Unión Europea, al comercio internacional. ¡Muy difícil!

Tampoco es cierto que la pobreza esté aumentando con la globalización del comercio y de las finanzas. Voy a tomar cifras de las Naciones Unidas, un organismo internacional que los anti-sistema parecen respetar. Comenzaré comparando el crecimiento económico de los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo. De 1981 a 1990, el crecimiento de la producción de los desarrollados fue mayor, aunque ambas positivas, un 2,7% de media anual de los ricos frente a un 2,4% de los pobres. Pero en los años que van de 1991 a 1997, el orden se ha invertido: cada año ha habido un crecimiento de los subdesarrollados superior en más de dos puntos porcentuales; y en el 1998 y 1999, virtual igualdad. No es casual el que todos los años, del 81 al 98, el comercio haya crecido mucho más que el PIB. (“World Economic and Social Survey, 1999”).

Bjorn Lomborg, en The Economist, cita fuentes de la ONU para señalar que la producción agrícola per cápita en el mundo subdesarrollado ha aumentado un 52% desde 1961. Del año 1961 al 1998, la ingesta alimenticia por persona en esa zona ha aumentado de 1.932 calorías, con la que casi es imposible mantenerse vivos, a 2.650. El mismo autor toma de esas fuentes la proporción de personas que sufrían de inanición en 1949: el 45% frente al 18% en la actualidad.

Naturalmente, no basta con índices de producción y alimentación para acercarse a una medida del bienestar. En el “Informe sobre desarrollo humano, 1999”, la ONU aplica un Indice de desarrollo humano de tres dimensiones: producción, alfabetización y esperanza de vida. Pues bien, de los 79 países incluidos en ese índice entre 1975 y 1997, sólo Zambia ha sufrido una caída. De los demás, hay 54 que se han acercado al máximo en más de un 20%. Entre los que más han adelantado se encuentran, no sólo Singapur, Corea del Sur y Hong Kong, sino también Indonesia, Egipto y Swazilandia.

¡Qué molestas son las estadísticas para los dogmáticos!


Pedro Schwartz es catedrático de Historia de las Doctrinas Económicas de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente del IDELCO (Instituto de Estudios del Libre Comercio).

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