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Pío Moa

Catalanismo y nacionalismo catalán

No se entiende muy bien la insistencia del Gobierno en asociar a su tarea a los nacionalistas catalanes, a quienes nadie ha votado para tal función. La intención subyacente será, supongo, la de aguar un poco el nacionalismo, implicándolo en los intereses generales del país. Así se hizo durante la república, sin demasiado éxito, la verdad sea dicha.

En el nacionalismo catalán pueden distinguirse dos tendencias: una, a duras penas nacionalista, buscaba hacer de Cataluña el ejemplo y modelo para el resto del país; la otra se replegaba sobre la propia región en un exclusivismo cargado de victimismo y sentimentalidad. El primero tenía mucho de razonable, dada la ventaja que en sentido empresarial y capacidad administrativa, entre otras cosas, llevaba Cataluña, y que en varios aspectos todavía hoy mantiene. Probablemente Cambó hablaba en ese sentido cuando calificaba el catalanismo como el auténtico patriotismo positivo español, si bien cabe dudar de que el fuerte proteccionismo económico preconizado por el jefe de la Lliga fuera el medio más eficaz para poner a las demás regiones al nivel catalán. De todas maneras en el mismo Cambó se observa una actitud ambigua, también hacia el liberalismo, y en fin de cuentas la Lliga contribuyó más a destruir que a hacer evolucionar al régimen de la Restauración. Fue bajo la II República cuando la Lliga desempeñó un papel más positivo, democrático, frente al jacobinismo y los revolucionarios, y catalanista frente al nacionalismo exacerbado y al separatismo de la Esquerra. Luego, bajo el franquismo, no se puede olvidar el papel de numerosos catalanes, entre ellos Sardá y López Rodó, en la superación de muchas diferencias económicas regionales.

El nacionalismo, en cambio, se inspira en una patriotería realmente extravagante –sólo hay que leer sus textos y repasar sus acciones provocadoras o tartarinescas–, y sólo ha traído desestabilización de las libertades o la democracia, en los períodos en que éstas existían, y poco más que una sorda y turbia murmuración en las épocas de dictadura (en eso se ha parecido al socialismo). Bajo el régimen de Franco, el viejo nacionalismo y el separatismo parecían haber muerto, pero por los años sesenta resurgieron. Su motor fue, paradójicamente, un sector "avanzado" o "progresista", de la Iglesia, el mismo que amparó también a grupos comunistas y violentos. El nuevo nacionalismo recogió la herencia de los viejos victimismos y exaltaciones pueriles, y ha pugnado por contagiarlos a la población, no sin éxito considerable, aprovechando, una vez más, unas libertades cuyo logro nada les debe: bajo el franquismo, insistamos, fueron más bien los obreros, muchos de ellos "charnegos", quienes defendían reivindicaciones catalanistas. Los nacionalistas han explotado, más bien, las libertades, para imponer antidemocráticamente su ideología.

Sospecho que las oficiosas ofertas políticas del PP van a cambiar poco esta situación, a menos que se combinen con una enérgica "lucha ideológica", al estilo de la protagonizada un tiempo por Vidal Quadras.


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