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Pío Moa

El monstruo del PSOE

En la transición se crearon tres monstruos: el PSOE y los nacionalismos vasco y catalán. No es estrictamente cierto que se crearan entonces, pues preexistían, pero no pasaban de grupúsculos inoperantes o satelizados a tinglados comunistas.

En la transición se crearon tres monstruos: el PSOE y los nacionalismos vasco y catalán. No es estrictamente cierto que se crearan entonces, pues preexistían, pero no pasaban de grupúsculos inoperantes o satelizados a tinglados comunistas como la Asamblea de Cataluña. Dada la fuerza que han alcanzado, se tiende a suponer que ya salían del franquismo potentes y enraizados en la población; pero se trata de un espejismo. La única oposición significativa eran el PCE y, de otra forma, la ETA. El PCE estaba tan asustado que admitió enseguida la bandera, la monarquía, la economía de mercado y casi todo lo que le echaran. Sobre la debilidad de los nacionalistas traté en Una historia chocante, la de los socialistas en La Transición de cristal. Y no eran débiles por la represión, pues no tenían a nadie o casi nadie en la cárcel, al contrario que el PCE, la ETA o los maoístas. Simplemente la gente los consideraba momias del pasado, como a los republicanos. No obstante, los republicanos no salieron de su triste situación, mientras que socialistas y separatistas se convirtieron en fuerzas decisorias. Trataré aquí solo del PSOE, aunque algo parecido ocurrió con los otros.

Para convertirse en algo tangible, el Partido Socialista, por entonces poco más que cuatro señoritos de Sevilla o Madrid, y cuatro obreros de Bilbao, hubo de recibir cuantiosísimas ayudas: de los medios de masas, de sindicatos y hasta de la extrema derecha alemana, de Usa (¿quizá de la CIA?), del corrupto gobierno venezolano, de la propia UCD... Recuerda a lo ocurrido con la ETA que, cuando empezó a asesinar y por eso mismo, recibió el apoyo de parte sustancial del clero, de toda la oposición antifranquista, de diversos medios de masas en el propio franquismo, de gobiernos extranjeros, etc. hasta convertirse a su vez en una potencia.

La razón del apoyo al PSOE no tiene secreto: se trataba de oponer al PCE –el cual daba tanto miedo como lo tenía él mismo–, un partido más "europeo", pese a que siguió largo tiempo proclamándose marxista, rechazando la bandera, la monarquía y la economía de mercado, hablando de "autodeterminación", y similares. Aunque luego fue reculando, nunca del todo, de tales monsergas, mantuvo la tradición del PSOE como partido chantajista, corrupto, enterrador de Montesquieu, guiado por un mesianismo trivial y que no ha vacilado en practicar un terrorismo de gobierno o en conchabarse con la ETA contra la democracia, la unidad nacional y el estado de derecho. La UCD creyó alimentar a una criatura civilizada y razonable y salió un monstruo. Y creyó tal cosa porque un rasgo fundamental de los políticos, también de la mayoría de los franquistas que hicieron la transición, empezando por Suárez, ha sido una profunda ignorancia de la historia, de la que, por tanto, nada podían aprender.

Hay un enigma que requiere estudio: ¿por qué unos señoritos que no tenían nada que ver con el pasado del PSOE, y unos obreros que vivían mucho mejor que nunca, se identificaron con la tradicional –y delictiva—demagogia socialista, aun renunciando parcialmente a llevarla a la práctica?

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