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Pío Moa

Informando al señor Jiménez Villarejo

La guerra civil no destruyó la democracia, sino que la destrucción de la democracia por las izquierdas causó la guerra civil. Si alguien carece del menor derecho moral o jurídico a condenar el franquismo son quienes simpatizan con los destructores de aque

El señor Jiménez Villarejo, ex fiscal anticorrupción y hombre poco informado en materia de historia, ha escrito que "el franquismo no estará definitivamente superado mientras el Estado democrático no asuma el compromiso de actuar frente a las desapariciones violentas" causadas por el régimen anterior, y que él evalúa, siguiendo al Consejo de Europa, en unas 30.000.

Parece normal oír tales cosas a una persona común, intoxicada por medios como los del Grupo Prisa o los predominantes en Cataluña, contrarios a la libertad de expresión y partidarios de la conculcación del estado de derecho a favor de los terroristas; pero choca leerlas de todo un ex fiscal anticorrupción. Apoyándose, además, en organismos como el Consejo de Europa o Amnistía Internacional a quienes cabe achacar lo que Ortega y Gasset a los intelectuales europeos que, libres del terror revolucionario de la España izquierdista, "tomaban partido" por el Frente Popular: exhibían, señala acertadamente Ortega, "una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España, ahora, hace siglos y siempre. El espíritu que lleva a esta insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio universal del hombre intelectual". A estas alturas el señor Jiménez Villarejo y tantos como él, debieran reflexionar sobre si vale la pena insistir en ese autodesprestigio.

Alguien con el mínimo de sentido crítico exigible a un intelectual debiera empezar por cuestionar la cifra de los 30.000 "desaparecidos". ¿No será como la de los "200.000" fusilados de después de la guerra, los "1.600 a 3.000" del bombardeo de Guernica, los "2.000 a 5.000" toreados y masacrados en la plaza de toros de Badajoz en un espectáculo con música y jolgorio? Son tan enormes y numerosas las distorsiones circuladas por la propaganda pro comunista, que la más elemental prudencia exige poner en duda, por principio, cualquier dato ofrecido por quienes se sienten herederos de aquel terrorífico Frente Popular. No puede ser que a personajes cogidos una y cien veces en las mayores falsedades se les siga creyendo cada vez que, incansablemente, vuelven a la carga con nuevas historias.

Oí la cifra de los 30.000 sepultados en fosas comunes en un reportaje televisivo, sin la menor argumentación o referencia documental. Por el contrario, los mismos que la daban admitían que, en tres o cuatro años de excavar fosas, con copiosa (aunque para ellos siempre insuficiente) aportación de dinero público, habían dado con los restos de unas 200 personas, no todas de izquierdas, y de muchas de las cuales es difícil decir si fueron fusiladas o cayeron en lucha. A ese ritmo, y suponiendo que la cifra de 30.000 tenga algún fundamento, pueden seguir explotando durante siglos el negocio, pues al final de eso se trata. En su desentierro de odios han logrado hallazgos como el del barranco de Órgiva, el "Paracuellos" de la izquierda, con "3.000 a 5.000" republicanos asesinados: gran despliegue publicitario en El País y otros medios, declaraciones de profesores universitarios, testigosde los hechos, gran monumento a construir… y un tupido velo al comprobarse que los restos correspondían a perros y cabras.

Pero si se trata de desaparecidos, el señor Jiménez no tendrá problema en reconocer, espero, que el mismo derecho a la investigación y al gasto público tienen los familiares de cientos o miles de personas de derechas asesinadas por el Frente Popular y de cuyo paradero nunca más se supo. ¿Y qué decir de los numerosos asesinados entre las propias izquierdas, también desaparecidos, como los del Turón granadino? ¿O los liquidados en el frente so pretexto de que querían pasarse a los nacionales? Coincidirá conmigo el señor Jiménez en que estas últimas investigaciones tendrían el máximo interés, no sólo humanitario, sino historiográfico, pues ayudarían mucho a entender la guerra civil. Y disminuirían la crasa y pontificante ignorancia de los señores y señoras del Consejo de Europa o de Amnistía Internacional, cosa también muy de agradecer.

¿Y tiene el estado democrático, realmente, algún compromiso al respecto? ¿Puede decirse en serio que el franquismo "no está superado" mientras no se gasten recursos cuantiosos en tales tareas? Piense el señor Jiménez, ¿no le resulta sospechoso coincidir en tales expresiones con los terroristas, los separatistas y los políticos más corruptos desde la Transición? ¡Todos esos "demócratas" muestran verdadero entusiasmo por esos "compromisos ineludibles" de la democracia y los correspondientes fondos públicos! ¿A qué se deberá? Reflexione el señor Jiménez y encontrará fácilmente la respuesta.

Cita el señor Jiménez a "un diputado" que en 2002 hizo esta aguda reflexión: "La casa no será totalmente habitable mientras no se afronte la recuperación de la memoria histórica y la rehabilitación moral y jurídica de los ex-presos, guerrilleros, represaliados, exiliados y los enterrados clandestinamente". El tal diputado era un perfecto desconocedor de la historia, o un caradura. Casi todos los presos al terminar el franquismo eran comunistas o terroristas, o las dos cosas. ¿Vamos a rehabilitarlos moral y jurídicamente como defensores de la democracia? ¿Y los guerrilleros, el maquis, empeñados en volver a encender la guerra civil y dirigidos por el PCE, entonces abierta y orgullosamente estalinista? Vamos a los hechos: el franquismo nació de la guerra civil, y esa guerra la quisieron, planearon y organizaron, con ese nombre, las izquierdas. Ello, al contrario de los 30.000 desaparecidos y tantas historietas más, está plenamente documentado. La guerra civil no destruyó la democracia, sino que la destrucción de la democracia por las izquierdas causó la guerra civil. Si alguien carece del menor derecho moral o jurídico a condenar el franquismo son quienes simpatizan con los destructores de aquella democracia.

Al parecer estos señores nunca se cansan en su difusión del embuste. Por eso conviene ser también incansables en la defensa y difusión de la verdad. Hasta volver habitable la casa que ellos se empeñan en llenar de aire pútrido.

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