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Pío Moa

La connivencia de Occidente

Por lo tanto la cuestión real no consiste en las causas del terrorismo, sino en la causa de que tantos políticos e intelectuales en Occidente apoyen el terrorismo

Decía en mi anterior artículo sobre las causas del terrorismo: "El estado de derecho socava sus propios fundamentos si admite el asesinato como un instrumento político e incluso lo premia con concesiones. Obrar así es convertirse en cómplice de los asesinos contra la sociedad. Por asombroso que suene, esa es la vía que propone el gobierno y una multitud de intelectuales".
 
Lo ya indicado sobre el terrorismo etarra, un terrorismo de ricos y no de pobres, puede predicarse de casi cualquier otro terrorismo. Éste no surge, por ejemplo, de los países realmente pobres del África ecuatorial, ni de Bolivia o Ecuador, por poner dos países hispanoamericanos especialmente empobrecidos, sino de países medios, a veces relativamente enriquecidos, como Arabia Saudí o Irak, y, dentro de ellos, en clases medias-altas, generalmente en ámbitos universitarios. Porque el terrorismo no nace de unas "condiciones objetivas" sino de la manera como algunos enfocan esas condiciones y, más todavía, de la idea que se hacen sobre los remedios para los males del mundo. Todos los terroristas afirman actuar con el fin de emancipar de un modo u otro a la gente en general, a los pobres en particular, o a un pueblo o una raza en concreto; para liberarlos de los causantes de su pobreza o de las injusticias y opresión que sufren. Y a su juicio los causantes son, sólo pueden ser, las democracias, que en su terminología se transfiguran en "los imperialismos", en especial el useño. No se trata, pues, de los males del mundo, sino de la manera como se pretenden resolver.
 
Por lo tanto la cuestión real no consiste en las causas del terrorismo, sino en la causa de que tantos políticos e intelectuales en Occidente apoyen el terrorismo. Y tampoco es difícil la respuesta. Los terroristas comparten ideas fundamentales con esos políticos e intelectuales, ante todo la de que la causa principal de la pobreza y las injusticias radica en el "imperialismo", en las democracias, porque la insultante prosperidad de éstas se asentaría en la pobreza y el atraso del resto del mundo, porque dicha pobreza se debería a la explotación ejercida por los países ricos o sus oligarquías. Si recordamos que este argumento constituía precisamente el eje de la propaganda marxista, entendemos cómo se ha transmitido a los simpatizantes con el terrorismo islámico y otros. Esos políticos e intelectuales nunca entendieron la caída del muro de Berlín, y, deprimidos, estaban buscando alguna nueva "fuerza antiimperialista". Y por fin la han encontrado.
 
No debemos olvidar tampoco que el PSOE, aunque abandonó el marxismo hace bastantes años, lo hizo sin nada parecido a un debate intelectual y político clarificador sobre la naturaleza del marxismo y sobre la propia historia del partido, marcada por esa ideología. Lo que hubo fue simplemente una serie de triquiñuelas burocráticas, incluida la picaresca de encerrar a Tierno Galván en un ascensor para impedirle intervenir, fechoría ésta de un tipo muy repetido en la historia del PSOE. Historia que permanece casi totalmente ignorada por sus propios militantes, sustituida por lemas como el de los "cien años de honradez", tan publicitario como antihistórico.
 
A falta de ese imprescindible debate clarificador, los tópicos y resabios del marxismo, la herencia más turbia del PSOE, han permanecido en el partido y explican su tendencia a la agitación callejera, a despreciar o manipular los métodos democráticos, a emplear las demagogias más peligrosas. O, en este caso, explican el apoyo del gobierno de Rodríguez, como de los titiriteros e intelectuales que lo siguen, al terrorismo, sea de la ETA o de Ben Laden, y a dictaduras como la de Castro. Comparten con éstos la misma perversión intelectual, los mismos prejuicios ideológicos en torno a "las causas del terrorismo", de la "resistencia" contra las injusticias del capital. No acaban de compartir los métodos, desde luego, pero la identificación ideológica de base produce una inevitable "comprensión", y una colaboración de facto contra el "enemigo común", es decir contra el "imperialismo". Si el PNV, por ejemplo, ayuda de mil formas prácticas a la ETA aunque condene retóricamente sus métodos, se debe a la común convicción ideológica (en este caso el nacionalismo), y lo mismo ocurre con la colaboración del gobierno de Rodríguez con el terrorismo islámico. Ni para el PNV ni para el gobierno de Rodríguez tienen mucho valor los valores de la democracia, máxime cuando les atribuyen las injusticias y el hambre del Tercer Mundo.
 
Y así como el PNV execra de palabra el terrorismo de ETA, pero al mismo tiempo lo protege y subvenciona, y socava la acción del estado que todavía apuntala los restos de democracia allí subsistentes, el gobierno de Rodríguez lanza condenas verbalistas contra el terrorismo islámico, pero en la realidad trata de dinamitar todas las medidas efectivas contra él. Su retirada de Irak, rompiendo la coalición occidental, abandonando la reconstrucción de este país, y dejando a su pueblo, en lo que de él depende, a merced del mismo tipo de terroristas y genocidas que organizaron la matanza de Madrid, constituye un acto simplemente criminal, la mejor colaboración posible con el terrorismo islámico. Con ella ha ganado Ben Laden una de sus mayores victorias en la "guerra de cuarta generación", y desde luego la menos costosa para él: "tan sólo" 191 asesinados, y todos españoles o inmigrantes. Como he insistido, la felicitación de "El egipcio" al gobierno de Rodríguez y su exhortación a los demás países europeos a obrar como él, sobrepasa el nivel de la anécdota, es la revelación de lo que casi todos los comentaristas rehúsan ver. Y, por cierto, Rodríguez no ha vacilado en seguir los consejos de "El egipcio", incitando desde Túnez a los demás países europeos a imitar su felonía.
 
Hay, por tanto, una razón profunda por la que los Rodríguez y diversos intelectuales colaboran con el terrorismo: su identificación con las teorías empleadas por los asesinos para justificarse. O, dicho de otro modo: esa identificación básica les lleva a colaborar con los terroristas, dejando en pura retórica sus condenas. No hay por qué dudar de que esas condenas sean, subjetivamente, más o menos sinceras. Pero sus efectos reales, históricos, tienen poco que ver con las ilusiones y justificaciones esgrimidas, con las imaginarias "causas del terrorismo" que ellos no pueden, en cualquier caso, erradicar.

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