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Pío Moa

La oposición como desestabilización

Una gran parte de la prensa, en especial El país, y numerosos comentaristas y políticos dicen no ver nada malo en el viaje de Rodríguez Zapatero a Marruecos, ni en su propósito de "no enredar, sino desenredar". En algunos se trata de simple ingenuidad o sandez, pero en otros hay un cálculo mucho más deliberado. Pues si el gobierno de la nación, la única autoridad constitucional para llevar a cabo la política exterior, no ha pedido a Rodríguez ese servicio, la misión que éste se ha autoatribuido oficiosamente sólo puede consistir en un enredo, por decirlo suavemente. En realidad, en una intromisión ilegal, en el aspecto formal, y algo peor en cuanto al contenido.

Rodríguez, impulsado probablemente por González, tiene dos salidas: que Mohamed VI le desprecie, o que lo utilice para desacreditar al gobierno español, haciéndole alguna concesión aparente. En el primer caso resultaría solo un fracaso personal de Rodríguez, aunque de rechazo dejaría en ridículo a España, sede todavía del esperpento político. El segundo caso sería mucho más grave: algo así como un éxito personal del líder socialista y del déspota marroquí a expensas de la ley y del prestigio de nuestro país.

Imaginemos, por ejemplo, que Rabat devolviese a su embajador tras la visita de Rodríguez. El mensaje implícito sería que Rabat prefiere entenderse con los socialistas, interfiriendo de manera inaceptable en los asuntos internos españoles. Y habría que preguntarse entonces por qué prefiere a los socialistas un régimen dictatorial que perjudica a la economía y a los trabajadores españoles impidiéndoles la pesca, en pago tal vez por la cuantiosa ayuda económica que recibe de España, ayuda considerada por Rabat como un rescate, al parecer. Por qué prefiere a los socialistas un régimen que aspira de forma abierta a quedarse con dos ciudades españolas, como prólogo semioculto a una expansión territorial mucho mayor.

Probablemente Rodríguez ha sido sorprendido en su inexperta buena fe por los caimanes de su partido, tan poco identificados con los intereses y el sentido de patria de España. Su viaje entra en línea con las presiones para liquidar el pacto antiterrorista y entenderse con los recogenueces de ETA, y con los manejos de Maragall para fragilizar aun más la unidad española. Se trata de maniobras de desestabilización, no de oposición, sumamente peligrosas y a la larga guerracivilistas, como ya advertía Salvador de Madariaga de otras semejantes. Según Julián Marías –en su juventud secretario de Besteiro, el único líder democrático del PSOE por entonces–, ese partido sufre la pesada tara de una visión negativa de la historia de España. En efecto, esa visión, hija de la distorsión y la ignorancia, está en la raíz de muchas de sus actitudes y decisiones catastróficas, como la huelga revolucionaria del 17, la insurrección del 34, la entrega del oro español a Stalin, la destrucción y expoliación de gran parte del tesoro artístico, etc. Los socialistas honrados debieran repasar el pasado de su partido, no para darse golpes de pecho, actualmente sin sentido, sino, justamente, para no repetirlo.

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