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Pío Moa

La ruindad española

Apenas ganada la primera medalla de oro para España por Juanito Muehlegg, ya empezaron las insidias, mezclando neciamente las críticas a la política deportiva española, seguramente muy mejorable, con los ataques a Muehlegg por no ser español de origen, como si el deporte de muchos países no estuviera lleno de casos parecidos –no hablemos del fútbol–. Muehlegg se portó muy bien, se envolvió en la bandera y brindó el triunfo a su país de adopción. No sé si eso lo habrían hecho muchos atletas "nacidos en Cuenca". Y atribuir su actitud a mero interés material es algo que podría ser cierto, pero que no hay ningún indicio que lo abone. Tal sospecha no dice nada del hispanoalemán, y en cambio define muy bien la mentalidad ruin del sospechante, mentalidad tan extendida entre nosotros. Luego, cuando salió lo del dopaje, que habría que ver en qué circunstancias se ha producido, algunos le han tratado casi como a un delincuente y una vergüenza nacional, y exigido, en otra irrisoria exhibición de mezquindad, disfrazada de pretenciosa pureza ética, que devuelva también las otras medallas. Cuanto más ruines, más exigentes. Pero una caída no tiene por qué ser definitiva, y el atleta debía haber recibido apoyo moral, en lugar de ese estúpido ensañamiento.

Me trae esto a la memoria el caso de Puskas en una entrevista en la televisión alemana. No recuerdo bien el asunto, porque fue una lectura apresurada, pero vino a ser así: el locutor le preguntaba en alemán, o en inglés, y él respondía en español, Preguntado por qué lo hacía, el hispanomagiar respondió que aparte de su idioma natural, el húngaro -- que casi nadie conoce fuera de Hungría--, hablaba el alemán y el inglés, pero que prefería expresarse en español, que era su idioma. Me gustaría saber cuántos españoles de ahora, entre quienes es tan común la mezquindad y el servilismo, habrían hecho otro tanto. Lo más probable es que mostraran su orgullo de papanatas parloteando en inglés.

Carlos I, o V, tampoco era español de origen, y quizá no llegó a dominar plenamente el castellano, pero en este idioma se expresó ante el papa y los embajadores franceses, uno de ello obispo. Al pedirle los embajadores que hablase en una lengua más inteligible, volvió la espalda a uno y contestó: "Señor obispo, entiéndame si quiere; y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana". La célebre anécdota la cuenta Brantôme en su Bravuconadas de los españoles, que próximamente publicará la editorial Áltera, de Javier Ruiz Portella.

Quizá en los protagonistas de estas dos anécdotas puede detectarse un toque de arrogancia poco agradable, pues siempre es preferible la modestia. Pero ante el ambiente de majadera ruindad hoy tan común entre nosotros, viene a cuento y reconforta recordar otras actitudes.


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