La idea del referendum sobre la disolución de la ETA no es una simple locura, aunque tiene mucho de ello. Es el intento de legitimar a los verdugos: hasta ahora, la banda terrorista habría cumplido un papel "positivo" y acorde, en buena parte, con los deseos y aspiraciones del "pueblo vasco", debido a la existencia de un "problema político". En otras palabras, la ETA habría permitido al PNV recoger bastantes nueces. Pero ahora, con el cambio en la actitud general hacia el terrorismo, después del 11 de septiembre, la banda puede volverse un incordio peligroso. ¿Qué mejor que ofrecerle el homenaje de un "pueblo" que decide jubilarlos de manera honrosa y democrática, y cuya voz deberían atender los héroes del tiro en la nuca? La profunda estupidez del negocio no debe velar el cálculo siniestro y cómplice del PNV. Setién lo ha dicho con su repugnante hipocresía: muchos (él el primero, eso se lo ha callado), no ven en ETA terroristas, sino buenas gentes, quizá algo exaltadas, dedicadas a resolver por la violencia un problema político, para el que la represión no es salida.
La base de ese "problema" —suele olvidarse—, la idea que vertebra y hermana al PNV y a la ETA consiste en la pretensión de que los vascos constituyen un pueblo sumamente especial, "singular por sus bellas cualidades, pero más singular aun por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna en el mundo". Esa mezcla de falsedad y perversión tiene éxito precisamente porque halaga una vanidad pueril, pero presente en todo el mundo, aunque unos la combatan mejor que otros. Arana y sus discípulos justifican y exaltan esa vanidad, tal como hacían los nazis respecto de los alemanes, herrenvolk se autodenominaban, esto es, “pueblo de señores”. De esa pretensión ridícula surge todo el problema. Y casi habría que darles la razón en cuanto a su singularidad, porque ningún pueblo ha tenido nunca por héroes a una caterva de verdugos, asesinos por la espalda y secuestradores, cuyas hazañas, si asombran por algo, es por su sordidez. Aludo, obviamente, al pueblo peneúvico, no al pueblo vasco en su conjunto.
Existe en Vasconia, pues, un problema político: el creado por el PNV, los Setién y todos los tartufos entregados a justificar y ayudar a los asesinos, sus hermanos de sangre —y nunca mejor dicho—; afanados en recoger los coágulos sangrientos —tomados por nueces— sin reparar en que les manchan más aún que a los propios terroristas: "Hay alguien más despreciable que el verdugo: su ayudante", dijo Marx, autor de frases realmente buenas, en ocasiones.
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