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Pío Moa

Propaganda totalitaria

Sólo un simple, absolutamente simplón, derroche de la técnica de Pávlof del reflejo condicionado, de la asociación arbitraria y emocional falta de la más sencilla reflexión. Era la técnica agitativa más típica de los totalitarismos

El otro día vi en la tele la publicidad para el sí a la llamada constitución europea. Si tuviera alguna duda se me quitaría ante la propaganda sociata: un largo anuncio publicitario en que todo tipo de gente, sonriente y “convencida”, nos informaba de su intención de votar sí por Europa y por ellos, por ellas, por cada uno y por todos juntos. Ni un dato. Ni un argumento. Ni una posible objeción. Sólo un simple, absolutamente simplón, derroche de la técnica de Pávlof del reflejo condicionado, de la asociación arbitraria y emocional falta de la más sencilla reflexión. Era la técnica agitativa más típica de los totalitarismos. Tampoco el sí pedido por el PP valía mucho más, pero no llegaba a tal grado siniestro de manipulación. Como ciudadano me sentí humillado, sentí verdadera náusea y tristeza de que a un pueblo que se supone “maduro” se le trate, y se deje tratar, de esa manera.
 
Fuera de eso hay tres cosas que, a mi juicio, obligan a rechazar radicalmente el engendro. Para empezar, un argumento usado en Francia a favor del sí es el aumento del poder francés en Europa. Con España pasa exactamente al revés: pierde peso e influencia. Esto sólo puede parecerles bien, o un problema secundario, a personajillos serviles como nuestro presidente Majadero, que desprecian abiertamente la nación española y ayudan a los separatismos a descuartizarla. Pero a quien sienta por poco que sea la dignidad de su país debiera bastarle para decir no a la nueva ley.
 
El invento es antiespañol, pero también antieuropeo: olvida, esto es, niega, la raíz cultural más característica de todo lo que ha significado Europa: el cristianismo. No hace falta ser creyente para reconocer esta evidencia, impresa en casi todos los productos de nuestra cultura a lo largo de los siglos. El viajero del exterior lo comprende con sólo observar las siluetas de las iglesias y catedrales, por lo común los edificios más bellos y también los más cargados de significación de nuestras ciudades. Olvidar esta raíz para recordar otras, también reales pero sin duda menos constituyentes de lo europeo, equivale a diluir Europa so pretexto de unificarla.
 
Por otra parte, muchos han señalado la paradoja de que a mayor Unión Europea, menos: nuestras sociedades se están asimilando a Usa por arriba, sobre todo mediante el uso del inglés, y africanizando y asiatizando; y, desde luego, han perdido hace mucho tiempo la primacía cultural, la capacidad de orientar o estimular a otras culturas. No sé si será un proceso irremediable, pero en cualquier caso no lo es de europeización.
 
Añadiría a estas objeciones las que cabe oponer al padre de esta ley, un sujeto cuyo poder o prestigio tienen un origen ni claro ni democrático. En su época de presidente de Francia Giscard fue el amigo de gente como el “emperador” Bokassa, autor, entre otras hazañas, de una matanza de niños y acusado de comer carne de ellos, pero que regalaba diamantes al presidente francés. Mientras estuvo en el poder, Giscard también protegió a la ETA, y a este gran demócrata le debemos en parte los españoles algunos centenares de asesinatos que estuvieron a punto de desestabilizar nuestra democracia.
 
En fin, una constitución que perjudica a España, borra gran parte de las raíces culturales de Europa y llega de la mano de un personaje corrompido como Giscard, ¿de qué otro modo podría defenderse que mediante una propaganda totalitaria, que toma a los ciudadanos por idiotas babeantes como los perros de Pávlof? Por desgracia la sociedad española ha sido tan maleada durante tanto tiempo, que manipulaciones así pueden tener éxito. No por eso debemos dejar de oponerles resistencia.

En España

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