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Pío Moa

¿Se desintegrará el PP?

Algunos se conduelen pensando que desaparece la alternativa al PSOE. Por mi parte, me alegro, porque no había tal alternativa, y es preferible que la farsa quede al descubierto. En política no existe el vacío.

Vale la pena recordar lo que pasó con UCD y lo que pasó con el PP durante años hasta que llegó Aznar y lo puso en orden. El PP ganó las elecciones básicamente gracias a la disciplina que impuso Aznar y a que demostró ser un partido mucho menos corrupto que el PSOE. Pero su victoria no fue sólo de él, sino en medida muy grande, decisiva, de un grupo de periodistas que en aquella ocasión destapó una parte –solo una parte, pero suficiente– de las miserias del partido con "cien años de honradez", honradez tan semejante al concepto del honor en la mafia: por algo los delincuentes, con típica inversión de valores, llamaron a aquellos periodistas demócratas "el sindicato del crimen". Un mérito de aquellos pocos comunicadores que los señoritos del PP, desde el tal MAR a Rato, pasando por la mujer de Aznar, Gallardón y tantos otros, no supieron agradecer ni aprovechar para impulsar la renovación democrática a fondo que pedía en vano Mayor Oreja. Porque esos señoritos y señoritas tienen exactamente la misma pasta que los de la interminable y nunca desfalleciente honradez, y se sienten a gusto en la pocilga en que ellos mismos han convertido la política española.

También vale la pena recordar cómo el nefasto sucesor de Aznar echó a perder en pocas semanas la gran ventaja con que inició la campaña electoral de 2004. Ya entonces Rajoy demostró no tener otras ideas en la cabeza, si de ideas puede hablarse, que "la economía lo es todo" y el "mirar al futuro", como las echadoras de cartas. ¡Ah, y la de pegarse al poder como una lapa, que por lo menos es clara y distinta! Rajoy ya estaba entonces engañando a sus electores, y no ha dejado de hacerlo desde entonces.

Lo más serio que ha pasado bajo el Gobierno de Rodríguez ha sido su colaboración con una banda armada, con la ETA, una colaboración con aspectos materiales como la legalización de las terminales terroristas, la entrega a ellas de dinero público, el regalo de una proyección internacional que habían perdido, el ataque singularmente rastrero a la AVT, la acción conjunta con jueces políticos o el chivatazo directo a los asesinos, y tantos otros detalles que el futurista ha dejado siempre en sordina. Actos cuyo fondo esencial es la gran afinidad del PSOE con la ETA, pues realmente comparten el 90% de la ideología, y el PSOE tiene también en su haber un largo historial terrorista. Hechos que el PP rajoyano, siempre mirando al futuro, apenas percibía confusamente porque se iban dando en el presente, y jamás osó denunciar con su nombre: colaboración con banda armada, la mayor colaboración que haya recibido la ETA en su historia, máxime después de que Aznar la hubiera puesto contra las cuerdas.

Pero todas esas muestras de honradez del Gobierno, con ser extremadamente graves, lo son mucho menos que la clave política de todo el chanchullo: la demolición de los acuerdos de la transición en pro de la democracia, mediante el estatuto catalán y la llamada ley de memoria histórica. El estatuto catalán es tan clamorosamente ilegal que hasta un Tribunal Constitucional tan degradado como el que tenemos, presidido por una simpatizante del separatismo, vacila en darle cobertura. El estatuto, como vino a decir Maragall, vuelve residual la unidad de la nación, aparte de justificar el asesinato como medio privilegiado de lograr objetivos políticos en España, y fue la base de la oferta a la ETA (y de paso al PNV). Es tan manifiestamente anticonstitucional que el propio Rajoy lo denunció... para imitarlo acto seguido en Valencia, Baleares y Andalucía, por ahora. El estatuto ataca la ley, la democracia y la unidad de España en beneficio de la ETA y de unos partidos demasiado parecidos a mafias. Y el PP rajoyano, con sus nenas angloparlantes, "liberadas" al estilo cabaretero y toda esa filfa, ha entrado de lleno en el juego. Parte de ese juego es también su pretensión de que el Gobierno ha rectificado. No ha rectificado nada, simplemente la ETA quería todavía más de lo muchísimo, de lo intolerable, que Rodríguez y su grupo le ofrecían, y el negocio mafioso se ha parado, de momento. Y, sobre todo, ese proceso ha dejado la política convertida en un campo de ruinas. O en una inmensa pocilga, en la que la oposición, necesaria para que una democracia funcione, ha desaparecido por obra de los futuristas, sus señoritos y sus nenas.

El otro puntal del proceso ha sido la "memoria histórica" al estilo totalitario. Baste decir aquí que su objeto es deslegitimar absolutamente al franquismo y, por tanto, a todo lo que de él proviene, es decir, a la democracia y la monarquía (beneficiando de paso, una vez más, a la ETA). No por nada el Gobierno "rojo" se identifica con el Frente Popular y con Negrín, que en tan alto grado reunía todas las virtudes y honradeces que siempre caracterizaron al PSOE. Al firmar esa ley, el monarca ha firmado su propia ilegitimidad.

Sobre este mar de fondo se produce la crisis del PP. Como todas las crisis de este tipo, no surge por cuestiones importantes, sino por peleíllas de poder entre unos y otros, habiéndose perdido también la imagen no corrupta que Aznar había logrado imprimir al partido. Algunos se conduelen pensando que desaparece la alternativa al PSOE. Por mi parte, me alegro, porque no había tal alternativa, y es preferible que la farsa quede al descubierto. En política no existe el vacío. En Italia se hundieron la Democracia Cristiana, el Partido Comunista y el Partido Socialista, no ha pasado nada especial. Hay quien dice que Berlusconi es todavía peor que lo de antes, pero me atrevo a dudarlo: como mucho, igual. El problema real es que en su momento se desaprovechó la ocasión de revitalizar la democracia, como proponía dentro del PP Mayor Oreja y fuera de él Jiménez Losantos, y desde entonces no ha aparecido una alternativa creíble. La historia no es estable, y un proceso de corrupción política como el que vivimos tiende a ir a peor mientras no se invierta la tendencia con una política contraria y adecuada. Y si esta no existe, que cambien, al menos, los protagonistas.

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