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Pío Moa

¿Toda España como las Vascongadas?

Uno de los grandes méritos del gobierno de Aznar es la demostración de que se puede pasar el problema de ETA del plano político, en que quieren situarlo los amigos del terrorismo, al plano policial, que es el que corresponde a los asesinos profesionales en una democracia seria. El gobierno ha acosado y reducido a la ETA, ha evitado infinidad de atentados, ha salvado innumerables vidas, y ha procedido siempre con la ley en la mano, no como en una época anterior, cuando el gobierno claudicaba por un lado mediante negociaciones inadmisibles, y por otro caía en los propios métodos terroristas. Sólo por esto el gobierno del PP merece la más profunda gratitud de todos los españoles, aunque ha hecho cosas también muy notables en otros terrenos.
 
Por tanto, nada más sucio, injusto y repugnante que la visión de esas catervas de desalmados e histéricos rezumantes de odio, congregadas ante las sedes del PP para llamar “asesinos” a quienes de tantos asesinos nos han librado. Esas catervas que en lugar de denunciar a los sádicos autores de la matanza, denuncian a quienes han defendido y defienden de ellos al pueblo español, y que perpetran su vileza con la insolencia de quien se siente impune mientras viola todas las normas electorales, democráticas y de la mera decencia personal. Esas catervas son los amigos que el terrorismo siempre ha tenido en España, y los sigue teniendo en mucho mayor número de lo imaginado. Son los que sirven coartadas políticas a la ETA o a Al Qaida, tanto da, los que pactan con ellos sobre la base de la desmembración de España, los que han visto la sangre de las víctimas como una magnífica ocasión para instrumentar a su favor el miedo de los ciudadanos.
 
Los convocantes de esos delictivos actos de acoso a un partido democrático han sido los aparatos periféricos de la izquierda y el nacionalismo, sus juventudes, oenegés y similares, quizá con alguna excepción, alentados por una infame campaña de calumnias y embustes nunca vista antes en democracia, puesta en marcha por el imperio mediático más conocido del país. Zapatero en ningún momento ha denunciado estos hechos, en ningún momento ha intentado pararlos, en ningún momento ha detenido la intensísima campaña de envenenamiento mental de la población, como llamaba Besteiro a otras actuaciones análogas: se ha beneficiado sin escrúpulo de todo ello. Se ve que lo considera normal y legal, mientras lleve agua a su molino.
 
Pues bien, también esas concentraciones contra las sedes del PP son una forma de terrorismo. Es el terrorismo de la kale borroka o de baja intensidad, y no por azar ha conseguido, como cuando el chapapote o la guerra de Iraq, extender a muchas ciudades el ambiente ominoso y asfixiante creado en las provincias Vascongadas por el terrorismo nacionalista, en alianza de hecho con el PNV y con Izquierda Unida. El estado, si no quiere hundirse y deslegitimarse, tiene la obligación de impedir tales actos y de castigar severamente a quienes los promueven, pues si no, acabaría imponiéndose la ley de la jungla, como en buena medida ya sucede en aquella comunidad.
 
Zapatero y su gente han ganado las elecciones. Ha sido una victoria turbia, quizá legal, pero manchada por la ilegitimidad de la demagogia, la mentira y la coacción. Una victoria celebrada alegremente por Mohamed VI, que quiere quedarse con el antiguo Sahara español, con Ceuta y Melilla y con todas las tierras españolas que Alá tenga a bien concederle; y que, recordarán ustedes, fotografió burlescamente a Zapatero bajo un mapa del Gran Marruecos, cuyos colores se extendían hasta Canarias; ha sido celebrada por Chirac, que intenta mermar drásticamente la voz de España en la UE, y supeditarla a su eje París-Berlín, y que en el trance de la isla de Perejil se alineó descaradamente con el tirano marroquí; la victoria zapateril ha puesto muy contentos a Fidel Castro, a Arzallus, a Ibarreche, (“¡una oportunidad histórica!”), a Pérez o Carod o como se llame –el de los pactos con los asesinos–, a Maragall, el que nos viene amenazando con volver al 36. Habrá sido una fiesta para Sadam Husein, dentro de su celda, y sobre todo para Ben Laden. Miren a quiénes ha llenado de alegría y a quiénes ha entristecido, y entenderán el sentido de la victoria del necio sin principios.
 
Tradicionalmente, la izquierda en España se ha creído con un extraño derecho a vulnerar las normas y a pisotear los derechos de los demás, empleando el pretexto del “fascismo”, del “reaccionarismo” y similares. Es indispensable cortar de raíz esa tendencia, porque no va a menos, va a más. Preguntémonos: ¿podría la democracia española soportar una situación como la actual en las Vascongadas extendida por todo el país? No, desde luego, porque esa misma situación equivaldría a la ruina de la democracia, como ocurre en aquella comunidad. Los ciudadanos deben comprender el peligro y reaccionar antes de que crezca demasiado y se vuelva quizá irresistible. Si no lo hacen, “el drama está servido”, como decía uno de esos tontilocos en quienes está recayendo, por enorme desgracia, el gobierno del país.

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