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Pío Moa

Un respiro

Creo que no soy el único que ha respirado ante el resultado de las elecciones. No porque el PP haya resistido tan bien, sino porque la ciudadanía no se ha dejado arrastrar demasiado por la demagogia desestabilizadora de las izquierdas y el PNV. Ha ocurrido bastantes veces en la historia que una patraña sentimental, explotada a fondo, ha arrastrado a grandes masas como una marea imparable frente a la cual de nada servían razonamientos, denuncias ni ideas. Puedo imaginar muy bien la angustia de muchos alemanes ante el irrefrenable ascenso nazi, la de muchos españoles ante el triunfo del odio tras la insurrección de octubre del 34, cuando la tremenda campaña de las izquierdas sobre los supuestos crímenes de la represión en Asturias transformaba la derrota de la revolución en una amenaza revolucionaria peor que nunca.

He oído a gente del PP argüir que los españoles son moderados, y que las manifestaciones y violencias de cuando la guerra de Irak se volverían contra sus autores. En apariencia han tenido razón, pero su postura revela una confianza suicida, aparte del espíritu oportunista de quien simplemente aspira a explotar, a parasitar las tendencias políticas sin aportar nada a ellas, actitud muy extendida y tradicional en la derecha: poco antes del hundimiento de la monarquía, en 1931, esa clase de enterados repetía el dicho famoso “en España nunca pasa nada”.

La demagogia encierra siempre un gran peligro, rara vez se deshincha por sí sola, y puede destruir la democracia, como ya supieron y sufrieron los griegos. Ahora el caso vasco lo ilustra a la perfección. Allí no existe democracia ni normalidad, propiamente hablando, y los evidentísimos crímenes y abusos del nacionalismo, año tras año, no acaban de abrir los ojos a cientos de miles de ciudadanos, subyugados por la gran mentira de Sabino Arana. ¿Por qué? Porque durante más de veinte años el nacionalismo ha podido actuar a sus anchas y sin apenas resistencia. Los vascos son, seguramente, tan moderados como los demás españoles, pero recuperar el terreno perdido exige y exigirá un largo y penoso esfuerzo. Terreno perdido a causa de los necios que llamaban al PNV “moderado y democrático”, que no querían ver en él ningún peligro para la estabilidad del país, y que tachaban de extremistas a quienes denunciaban los hechos.

En el conjunto de España hemos visto en estos meses pasados el fantasma de una situación semejante. Por suerte, el fantasma no se materializó. Pero no por mérito de los pasivos y seudomoderados, sino fundamentalmente gracias a la combatividad desplegada por Aznar, casi en solitario. Pues tan alarmante como la deriva extremista de la izquierda y el PNV ha sido la mísera respuesta de la mayoría del PP. Ojalá la lección fuera aprendida y los necios espabiladillos que todo lo saben no sacaran partido de un éxito que nada les debe.


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