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Pío Moa

Un tonto bastante listo, o viceversa

“Eres tonto, Tusell, hasta el cogote/ ¿hasta el cogote sólo? Mas, ¿qué digo? / Tonto hasta la punta del ombligo…”  Y así seguían los versos, hasta catorce, debidos a la inspiración de Jaime Campmany, creo, aunque no estoy seguro. ¡Hombre!, está claro que el sonetista exageraba, llevado de su desamor –justificado o no, ahí no entro– al personaje. Pues si bien es cierto que ni sus más incondicionales amigos atribuirán al profesional historiador una agudeza fuera de lo común en el campo académico, nadie le negará una listeza bien notable para estar donde hay que estar, donde manan las fuentes del favor político y las subvenciones.
 
Tusell, y no sólo él, ha entendido el mensaje, o uno de los mensajes, de las pasadas elecciones: los nacionalismos periféricos van a tener un protagonismo de primer orden. Lógicamente, el sabio profesor ha decidido hacérseles simpático, para lo cual nada mejor que atacar a quienes, en nombre de la democracia y la unidad de España, nos oponemos a ellos. Hace poco publicó la fundación FAES un libro con el título no muy afortunado de “España, un hecho”, recogiendo conferencias de diversos autores, desde Durán Lleida hasta César Alonso de los Ríos, pasando por un servidor y otros, y ahora lo comenta Tusell en La Vanguardia. La única intervención que el ilustre historiador encuentra de su gusto es la de Durán, lo cual no estoy seguro de si el gustado debería tomar como un cumplido.
  
Los demás autores, a juicio de nuestra lumbrera, defendemos un “neoespañolismo cañí”. No está mal la cosa, se ve que el hombre ha hecho un esfuerzo. Y ha ido más lejos, con inesperada agilidad mental: entronca ese neoespañolismo con el “marxismo cañí” de tiempos no tan remotos. El neoespañolismo recuerda, dice él, a aquel marxismo, del cual, en su autorizada opinión, procedemos algunos. No está mal, digo, pero se ve que el amigo Tusell anda algo flojo de memoria histórica, con ser ésta reciente. En España, el gran promotor del “marxismo cañí”, y precisamente en el terreno historiográfico, ha sido Tuñón de Lara, a quien nuestro profesional historiador ha organizado algún homenaje universitario, bien subvencionado, como puede suponerse. Para el marxismo, la historiografía constituye ante todo un arma de propaganda en la lucha de clases, y Tuñón organizó esa propaganda como una verdadera industria. Tusell no entendía algo tan elemental, porque sus conocimientos del marxismo, cañí o no, alcanzan un nivel muy bajo, según testimonian sus libros. En eso parece tonto. Pero, y ahí demuestra su listeza, comprendió enseguida el provecho académico-pecuniario extraíble de una industria que sigue contaminando la historiografía universitaria, con rentable repercusión en los medios de masas.
  
Lo mismo cabe decir de sus simpatías por los nacionalismos vasco y catalán. Tusell afirma: “Si España no tuvo democracia estable no fue por culpa de los nacionalismos. Éstos nacieron de la toma de conciencia de la pluralidad y en su inmensa mayor parte están vinculados a la muy a menudo endeble tradición democrática colectiva de los españoles”. Los nacionalismos no fueron, ciertamente, los únicos causantes de la inestabilidad democrática española, pero contribuyeron a ella, en concomitancia y a veces en alianza con grupos revolucionarios, sin exceptuar el terrorismo anarquista. Y no nacieron de ninguna “conciencia de la pluralidad”, sino del deseo de acabar con España. Como en el caso del marxismo, nuestro lince no ha leído lo más elemental, esto es, a los principales doctrinarios de los nacionalismos vasco y catalán. A estas alturas uno no se sorprende ya de nada con ciertos “historiadores profesionales”.
  
Y si los nacionalismos no están ligados a ninguna tradición “colectiva de los españoles”, tampoco lo están a la democracia, al menos a la democracia hoy reconocida, la liberal. Ni han mejorado desde los disparates de Prat de la Riba o la vesania de Arana. Sus actuales prácticas paratotalitarias en Vascongadas y Cataluña han dejado en ruinas la democracia en la primera, y asedian en la segunda el pluralismo que exigen para el resto de España. El periódico orienta a los lectores sobre el artículo de Tusell: “Está naciendo un “neoespañolismo cañí” que a quien ofende es a una España capaz de albergar distintas sensibilidades y culturas”. Donde las distintas sensibilidades y culturas corren serio peligro es, justamente, donde dominan el PNV, o CiU, o la Esquerra-PSE. Salta a la vista de quien no quiera cerrar los ojos que esos nacionalistas aspiran a destruir la Constitución y la unidad nacional, porque ellos mismos lo dicen con palabras y con hechos. Salta a la vista que el PNV protege a la ETA y la subvenciona directa o indirectamente, e intenta sacar provecho de la violencia que finge condenar; y que algo por el estilo están haciendo los Pérez o Carod o como se llame, y su amigo Maragall. Si Tusell no viera estas cosas podríamos concluir que es tonto, pero sospecho que se pasa de listo.
  
Pero listo o tonto, observará un lector incauto, tiene derecho a exponer sus tesis y a defenderlas en un debate intelectual abierto con las tesis discrepantes. Claro. Esto no sólo es democrático, sino, sobre todo, intelectualmente honesto. Y quizá por eso Tusell trata precisamente de evitarlo. Si algo detesta él, es exponer sus ideas a la crítica. No llama al libre debate, sino a la censura: “Conviene que todos tengan en cuenta que estas ideas (las opuestas a las suyas) circulan con aparente impunidad y, para mí, notorio peligro”. El llamamiento a no dejar “impune” la “peligrosa” circulación de ideas distintas de las suyas lo viene repitiendo con insistencia este inquisidor extraviado. Llegados aquí, uno vuelve a preguntarse si Tusell es tonto o listo. Desde luego, conoce muy bien la endeblez de sus tesis en una discusión libre, y por eso propone acallar a quienes las desafíen. En eso muestra listeza. Pero al mismo tiempo pone de relieve, como un perfecto bobo, la falsedad de sus pretensiones de democracia y altura intelectual. No obstante, sabe muy bien que ciertos conocidos “poderes fácticos” pueden ejercer una censura bastante eficaz, y por lo tanto podrían salirse entre todos con la suya: vuelve a ser listo. En fin, no sabe uno a qué carta quedarse. Y apenas extraña su gusto por los nacionalistas periféricos, porque coincide con ellos en métodos y aspiraciones liberticidas.
  
Un detalle final: este honrado caballerete siempre me alude como “antiguo miembro del Grapo”, aunque no venga a cuento para nada. También aquí resulta tonto y listillo a un tiempo. Tonto, porque pone de relieve su bajeza intelectual y personal, y listo porque emplea esa argucia para dificultar que se me conceda la palabra. El mismo pretexto ha empleado para negarse a debatir conmigo en dos programas de televisión. Obviamente, mentía. El individuo se muestra muy comprensivo hacia el PNV, y, por tanto, hacia el diálogo en torno a los chantajes de los terroristas actuales; en cambio dice no querer dialogar en torno a cuestiones historiográficas con quien abandonó hace mucho tiempo la violencia. El terrorismo, se nota, no le inspira tanta repulsión como pretende. Ni a él ni al PNV, a Carod o a Maragall
 
 

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