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Pío Moa

Una polémica mezquina y reveladora

Los polemistas, con estilo rebuscado, daban por supuesta la tesis, tan exitosamente divulgada por la propaganda marxista, de que la república fue la democracia, el supremo bien destruido por el supremo mal franquista.

Fernández Barbadillo, en su artículo sobre El Pais –"el intelectual colectivo" progre–, enlaza una polémica de 1999 en dicho diario, extendida a La nueva España, El Mundo  y La Vanguardia, protagonizada por autores de izquierdas como Javier Marías, Mauro Armiño, Elías Díaz, Javier Muguerza, Soledad Puértolas, Francisco Umbral o la familia de Aranguren. El tema fue la colaboración de Aranguren con el franquismo, y el grado de condena a tan nefando hecho. Algunos polemistas opinaban que, ya que el franquismo estaba quedando impune, al menos había que castigar con el sambenito (y a ser posible la muerte civil) a cuantos colaboraron con él. Otros sugerían que hurgar en la herida podría dejar malparada a demasiada gente, quizá a los mismos acusadores.

Muchos intelectuales, políticos y periodistas cambiaron de "ideas" en la transición y aun antes, por motivos que en general prefirieron no aclarar. Y se dedicaron a falsear sus biografías, deporte muy practicado entonces y ahora, reflejo de la calidad intelectual –no entro en la humana– de tales sujetos. Falseaban sus biografías por razones obvias: los sectores más extremistas o más cretinos de la nueva situación, en gran parte procedentes del marxismo y del apoyo a la ETA, imponían, a través de El País, la tesis de que la colaboración con el franquismo suponía una abyección imborrable.

Según parece, el "delito" de Aranguren, filósofo de poco fuste, consistió en informar al poder, en los años 40, sobre intelectuales exiliados que querían volver a España. Esto es bastante normal: ese tipo de informes ha impedido entrar en Usa, por ejemplo, a diversos intelectuales relacionados en algún tiempo con el comunismo. Y sorprende poco que Aranguren, por entonces muy franquista, informase al respecto para impedir la vuelta de intelectuales pro comunistas. También se recordó el ofrecimiento de Cela como delator (que intentó ocultar y le produjo buenos disgustos cuando salió a la luz) o su trabajo como censor. Sobre este último, quizá los polemistas ignorasen que su querida república practicó masivamente la censura de prensa.

Los polemistas, con estilo rebuscado, daban por supuesta la tesis, tan exitosamente divulgada por la propaganda marxista, de que la república fue la democracia, el supremo bien destruido por el supremo mal franquista. Pero de destruir la democracia se encargó el Frente Popular, con el PSOE en vanguardia, mientras que el franquismo derrotó a la revolución, e hizo por España otras muchas y grandes cosas. De la reconciliación y prosperidad que creó viene la democracia, hoy en crisis. De ningún modo la trajeron aquellos intelectuales o partidos antifranquistas, tan nítidamente autodefinidos en el episodio Solzhenitsin. La deserción de las ideas emprendida por Suárez permitió que tales intelectuales, políticos y periodistas, en su mayoría muy comprensivos hacia el marxismo (aun sin entenderlo apenas) se erigieran en fiscales de moral política, en lugar de sentarse en el banquillo.

El bajo nivel y la deshonestidad intelectual de aquella amanerada polémica da fe del páramo cultural. Gente asoladora y desoladora. 

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