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Porfirio Cristaldo Ayala

El derecho de propiedad

La Teología de la Liberación fue condenada por el Papa Juan Pablo II, pero todavía hace ruido

Las desgracias que ocurren en el mundo casi todas nacen con buenas intenciones. Los obispos latinoamericanos, en su mayor parte ignorantes de la ciencia económica, son propensos a ocasionar estragos con sus bien intencionadas aunque erradas ideas. El ALCA, la globalización y reforma agraria son ejemplos. Así, la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP), en lugar de repudiar una arbitraria expropiación y reparto de tierras fruto de un oscuro pacto del gobierno con legisladores socialistas, defendió el hecho exigiendo el respeto al derecho a la tierra.
 
Pero el derecho a la tierra no es otro que el de adquirir una parcela. Ello no da derecho a nadie a apropiarse de la tierra que le pertenece a otro. No existe un derecho al robo o la usurpación de lo ajeno. El derecho a la tierra es como el derecho a la felicidad. Todos tienen derecho a ser felices, en el sentido que nadie debe impedir que una persona sea feliz. Pero no significa que alguien esté obligado a hacer feliz a otro. Todos tienen derecho al alimento, vestimenta y techo. Pero si alguno fuese obligado a trabajar para darle a otro alimento, vestimenta y techo, sería un esclavo.
 
Los obispos olvidan que las constituciones en todo el mundo, desde la Carta Magna (1215) protegen el derecho de propiedad como el más importante. De su protección resultan la armonía social y la estabilidad, el respeto a las instituciones, la honestidad, el cumplimiento de los contratos y, en definitiva, la supervivencia y el progreso de la civilización. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en una sociedad libre, organizada y pacífica se debe respetar el derecho de propiedad. Este derecho, al igual que el derecho a la vida y a la libertad es la base de todos los derechos humanos.
 
El derecho de propiedad tiene sus raíces en el código moral Judeo-Cristiano. Se basa en los diez mandamientos que Jesucristo confirmó y perfeccionó con su palabra y ejemplo. “No robarás”, dice el séptimo mandamiento. Desde hace miles de años la integridad, trabajo y cooperación pacífica de los pueblos dependen del respeto a la propiedad. Esta es la base de la virtud económica, libertad individual, no-violencia y colaboración, sin lo cuál es imposible preservar la libertad, la paz y el orden en un mundo con recursos limitados.
 
La propiedad privada fue un derecho sagrado durante miles de años. Su quebranto surge con los socialistas y, en especial, con Engels y Marx (1848), quiénes escribieron: “Los comunistas pueden resumir su teoría en una sola frase: abolición de la propiedad privada”. Esta idea penetró en la Iglesia latinoamericana con la Teología de la Liberación que consideraba a Jesús el “primer comunista” y pretendía sintetizar el marxismo y cristianismo en una sola doctrina. La Teología de la Liberación fue condenada por el Papa Juan Pablo II, pero todavía hace ruido.
 
Algunos religiosos olvidan a los padres de la Iglesia. León XIII escribió cien años atrás que ni la justicia ni el bien público permiten que bajo el color de una pretendida igualdad se ataque la fortuna ajena. Juan Pablo II se preguntaba si después del fracaso del comunismo, el modelo que deben seguir los países pobres para progresar es el capitalismo, “si por capitalismo –decía– se entiende un sistema que reconoce el papel fundamental de la empresa, del mercado, de la propiedad privada, la respuesta ciertamente es positiva”. Hoy el Papa Benedicto XVI explica que la ética política de la Biblia, desde Jeremías hasta Pedro y Pablo, es que “solo se puede construir construyendo, no destruyendo”. La destrucción de la propiedad ajena –dice– nunca podrá justificarse con la fe.
 
Para ayudar a un grupo de indigentes que reclaman un pedazo de tierra la CEP apoya una arbitraria expropiación que debilitará los derechos de propiedad, ahuyentará la inversión, destruirá oportunidades e impedirá la creación de empleos. Pese a sus buenas intenciones terminará perjudicando a todos. En Paraguay la reforma agraria repartió 10 millones de hectáreas sin mejorar un ápice la condición de los campesinos. Fue un error. No se puede construir destruyendo y menos destruyendo el derecho de propiedad, base de la libertad y prosperidad.

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