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Porfirio Cristaldo Ayala

Imponiendo la pobreza compartida

Paraguay no tiene suerte. La economía está en ruinas, arrastra cinco años de recesión, las empresas han cerrado y la desocupación y pobreza avanzan a pasos agigantados. No hay inversiones, pues es el cuarto país más corrupto del mundo y uno de los más inseguros. El gobierno está en quiebra. Aparte del contrabando y el crimen, la única empresa que prospera es la producción de soja. Pero la izquierda está decidida a arruinarla.
 
En una vasta región del este del país, a lo largo del caudaloso río Paraná y lindante con el Brasil, se extiende una inmensa llanura de tierras muy fértiles y aptas para el cultivo de la soja. Los departamentos de Itapúa, Alto Paraná, Caaguazú, Canindeyú y Amambay, cultivan 1,7 millones de hectáreas de soja que producen cerca de 5 millones de toneladas de grano al año, por un valor de más de 700 millones de dólares (10% del PIB). En un día claro pueden divisarse verdes cultivos de un matiz hermosísimo hasta donde se pierde la vista.
 
Los sojeros emplean las técnicas más avanzadas a nivel mundial, incluyendo el control satelital de plagas, el uso de modernos fertilizantes y agroquímicos, curvas de nivel y labranza cero para reducir la erosión. Costosas maquinarias trabajan los cultivos día y noche. Los resultados son alentadores, los rendimientos elevados y la producción competitiva. Continuamente se extiende la superficie cultivada y nuevas tierras se incorporan a la producción atrayendo ingentes inversiones y creando numerosos empleos y oportunidades para la gente.
 
Empobrecidos por la reforma agraria populista no pocos campesinos venden (a buen precio) sus pequeñas parcelas incultas a los productores de soja y se trasladan a las ciudades en busca de trabajo para alimentar a sus familias. Esta natural emigración a las ciudades donde la productividad del trabajo es mayor colisiona, sin embargo, con la agenda política de la izquierda paraguaya, que aún sueña con implantar el socialismo agrario.
 
Pero la emigración campesina es solo uno de las cuestiones que rechaza la izquierda, y no es la más importante. Los socialistas agazapados en todos los partidos políticos promueven la expropiación arbitraria de tierras en la zona sojera y su reparto a los campesinos, con el objeto de frenar el avance de la producción –capitalista– de soja, denunciando, sin base científica alguna, que la soja causa deforestación y destrucción ambiental.
 
La realidad es muy diferente. La sofisticada tecnología de la producción sojera asegura la máxima protección ambiental, el mínimo uso de agrotóxicos y la menor erosión posible. En comparación, la agricultura campesina es altamente depredadora. Las tierras de los sojeros tienen un costo muy elevado. Sus propietarios realizan enormes inversiones en la preparación del suelo, maquinarias, instalaciones y tecnologías. Sus silos tienen capacidad para almacenar toda la producción del año. Los sojeros tienen pues el mayor interés en preservar su valor agronómico y ecológico.
 
No es la extensión de la frontera agrícola lo que arrasó los bosques en los últimos años, como todos saben, sino la proliferación de las invasiones y expropiaciones de tierras promovidas por legisladores de izquierda y delincuentes que saquean los rollos y maderas de valor. Pero la izquierda sabe que sus críticas carecen de sustento. Por eso alientan un infame seudo nacionalismo, denunciando una supuesta “invasión brasileña” de sojeros, que estarían “desplazando” a indefensos campesinos paraguayos. En base a esta infamia, propia del nacionalsocialismo, los sin tierra amenazan con invasiones masivas a propiedades de agricultores extranjeros, en su mayoría brasileños, japoneses, alemanes, ucranianos, rusos.
 
La región más productiva del país, donde los ingresos son diez veces más altos que en el resto, se encuentra así bajo un inminente peligro de invasión y violencia por parte de grupos radicalizados. La izquierda ganó la batalla antes de comenzar. La inseguridad actual y la naciente xenofobia aseguran que no habrá “invasión de inversionistas” ni “invasión de tecnologías”, ni productores que quieran venir a trabajar y arriesgar sus capitales en el país.
 
La izquierda que dice defender a los más pobres, lo que conseguirá ahuyentando la inversión en la agricultura es hundirlos cada vez más en la desgracia. Pero a la izquierda radical esto le tiene sin cuidado. Le basta con imponer la pobreza compartida.
 
Porfirio Cristaldo es corresponsal de © AIPE en Asunción y presidente del Foro Libertario.

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