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Porfirio Cristaldo Ayala

Salvajismo latinoamericano

Kirchner parece olvidar que, mediante la privatización de los años 90, se consiguió que más de 3 millones de familias fueran conectadas a la red de agua potable. El 85% de las familias con nuevas conexiones viven en los barrios más pobres de la ciudad.

El presidente argentino Néstor Kirchner, bastión del neopopulismo, aprovechó la Cumbre del Mercosur en Córdoba para elogiar la solidaridad, defender su vetusta política estatista y censurar el "salvaje" neoliberalismo causante de la desgracia latinoamericana. Por increíble que parezca, buena parte de los argentinos apoya estos disparates que, en los últimos 60 años, convirtieron a uno de los países más ricos y prósperos del mundo en uno de los más atrasados.

Kirchner alabó la participación de empresas estatales y condenó el "lucro salvaje" de las empresas extranjeras. Un ejemplo es el grupo francés que tenía la concesión del servicio de agua potable y saneamiento en Buenos Aires, ahora operado por la estatal AYSA. Parece olvidar que, mediante la privatización de los años 90, se consiguió que más de 3 millones de familias fueran conectadas a la red de agua potable. El 85% de las familias con nuevas conexiones viven en los barrios más pobres de la ciudad.

Kirchner no sabe o no le interesa que el mejoramiento de la calidad del agua que logró la empresa francesa y las nuevas inversiones que realizó para la expansión del sistema, políticas consideradas por el populismo de izquierda como "neoliberales", hicieron posible el mayor acceso a la red de los más pobres y redujeron sustancialmente la mortandad infantil en la ciudad de Buenos Aires. Antes de la concesión al grupo francés, cuando la proveedora era una empresa estatal, los ciudadanos más pobres que habitan las villas miserias no tenían conexiones a la red.

La absurda crítica de Kirchner se debe, en parte, a que las tarifas de agua subieron con la privatización. Este aumento, sin embargo, se registró solo para los usuarios privilegiados que ya tenían conexiones a la red y no para los más pobres que se abastecían comprando agua en tambores a un costo diez veces mayor. El grupo empresarial francés pagaba impuestos y carecía de los subsidios y exenciones de las empresas estatales. Lula pudo haberle ilustrado sobre el "derroche salvaje" de las estatales, como la aerolínea Varig que se remató por 24 millones de dólares, dejando una deuda al pueblo brasileño de más de 3.000 millones de dólares.

Kirchner y sus colegas aseguran que "la inversión pública es fundamental allí donde no llega el mercado". ¡Absurdo! En los años 90, los países debieron dar en concesión el suministro de agua potable, teléfonos, electricidad, ferrocarriles, aeropuertos, puertos y autopistas porque las empresas privadas eran las únicas que podían llegar donde la empresa estatal nunca antes había llegado, por no poder realizar grandes inversiones o no tener interés en los muy pobres.

En América Latina, 58 millones de personas no tienen acceso a agua potable debido a la incapacidad de las empresas estatales, a pesar del "compromiso con el pueblo" del que se llenan la boca Kirchner, Evo Morales, Castro, Chávez, Lula y Nicanor Duarte. La ausencia de otros servicios públicos e infraestructuras es parecida. Las estatales no lo proveen ni dejan que la empresa privada lo haga.

La competencia entre las empresas privadas generalmente impide el "lucro salvaje". En cambio, la "corrupción salvaje" en las obras públicas y en las compras y contrataciones del Estado es irremediable. El lavado de dinero y narcotráfico producen "sobornos salvajes", pero lo que más hunde a los pueblos latinoamericanos es la "explotación salvaje" de los países más fuertes a los más débiles, como ocurre con Brasil y Argentina en contra de Paraguay y Uruguay.

Chávez podría dictar cátedra sobre su "ataque salvaje a la libertad de prensa", Castro sobre su "represión salvaje" a sus opositores, Morales sobre las "confiscaciones salvajes", Lula sobre el "proteccionismo salvaje" en el Mercosur y Duarte sobre la "corrupción salvaje", pero no lo hicieron.

Estos demagogos odian el capitalismo porque éste exige un verdadero Estado de Derecho, el manejo transparente de los fondos públicos, austeridad en el gasto, reducción de impuestos, disciplina monetaria, apertura de la economía y el fin del favoritismo y la corrupción. Para el populismo, tales políticas liberales serían un suicidio, pues destruirían su nutrida clientela política, sustento de la "democracia salvaje" de sus gobiernos.

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