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Rafael L. Bardají

Euroyihad

no hay libertad alguna cuando lo que impera es el miedo. Y Europa sufre un doble temor.

Europa tiene un doble problema frente al yihadismo. Por un lado, como sociedad liberal y decadente, es incompatible con los valores rigoristas del islamismo, quien nos desprecia. Por otro, como sociedad abierta y tolerante, Europa ha permitido que en su seno crezca el odio islamista y que miles de sus ciudadanos musulmanes militen en la yihad y muchos de ellos estén deseando inmolarse en atentados suicidas en suelo europeo. El último episodio ha tenido lugar en Bruselas. No sabemos dónde tendrá lugar el siguiente. Sólo sabemos que ocurrirá.

Ahora bien, los ataques terroristas no son algo inevitable ni producto de las fuerzas de la naturaleza. Se pueden combatir y, con tesón y una pizca de suerte, se pueden prevenir. Lo que vimos con espanto en París a lo largo del año pasado y lo que hemos vivido esta semana en Bruselas tiene una sencilla explicación: son acciones llevadas a cabo en el Frente Interno, eso que los anglosajones tradicionalmente han denominado el Home Front. Interno no sólo porque afecta a cuanto pueda suceder dentro de nuestras propias fronteras, sino porque tiene su corolario y causa en lo que pasa fuera de ellas, en el Frente Exterior. En el caso de los ataques perpetrados por el Estado Islámico y sus seguidores, claramente la guerra de Siria.

Hay que decirlo claramente porque es la única forma de poder dar con una estrategia viable frente a la actual amenaza yihadista: si los occidentales hubiéramos intervenido en Siria hace cinco años, si los occidentales no hubiéramos permitido que Basher el Assad continuara en el poder, nuestro Frente Interno hoy sería otra cosa.

No hace tanto como para no recordar muchos de los argumentos que los llamados "realistas" esgrimieron en contra de los que creíamos que era mejor intervenir que no hacer nada. Uno de ellos fue que mejor dejar que jóvenes musulmanes salieran de Europa para combatir a otros islamistas en Siria porque así acabarían matándose entre ellos. Pero pensar que en una guerra ambas partes salen derrotadas es una grave ignorancia, como estamos pudiendo comprobar ahora. Interpol cifra en más de 5.000 los jóvenes con pasaporte europeo que han ido a Siria a engrosar las filas del Estado Islámico. No tantos, pero seguramente una cifra que ronda los 2.000 fueron a guerrear en otros grupos. Se calcula que unos 1.500 han podido retornar a Europa. Muchos desencantados, otros sin la formación para servir adecuadamente como terroristas, pero unos cuantos aguerridos, entrenados y dispuestos a dar su vida en su guerra santa.

Las cifras bailan y se tambalean si metemos en la ecuación la llegada masiva de desplazados. La capacidad policial y judicial para determinar quién es quién, la veracidad de sus historias, sus experiencias en la guerra y su vinculación con organizaciones terroristas, permite imaginar que entre muchos de los desplazados se ocultan yihadistas que vienen a nuestro suelo con propósitos bien distintos a los cientos de miles que sólo huyen de la violencia. Pero nuestro problema es que no contamos con los instrumentos para separar el heno de la paja. El candidato a la presidencia americana Donald Trump ha dicho que cerraría las fronteras de los Estados Unidos a los musulmanes porque sabe que no puede separar a los "buenos" de los "malos" musulmanes. Aquí, en el Viejo Continente, salvo algunas voces rápidamente estigmatizadas, como las de Viktor Orban, ni siquiera nos planteamos que vaya a haber "malos" musulmanes en las hordas de desplazados que llegan al continente. No es políticamente correcto ni aceptable. No cuadra con los ideales humanitarios de Europa, suele argumentarse.

Pero también hay que decirlo alto y claro: sin seguridad, no hay idealismo que sobreviva. Es más, no hay libertad alguna cuando lo que impera es el miedo. Y Europa sufre un doble temor. Por un lado, empieza a instalarse el miedo a qué nos puede pasar cuando tomamos un transporte público o viajamos en avión, esas obsesiones particulares de los yihadistas. Por otro, qué nos puede pasar si denunciamos la tiranía de lo políticamente correcto en todo los referentes al Islam y al terrorismo islamista. ¿Qué puede pensar un judío europeo si por vestir la kippah se arriesga a ser acuchillado o tiroteado? Europa, una vez paraíso de la libertad, lo es cada día más para quienes quieren acabar con la libertad y con Europa.

Por eso luchar contra el yihadismo no puede hacerse únicamente con los instrumentos policiales y de inteligencia. Ni siquiera tan sólo con los militares combatiendo a los terroristas allí donde encuentran sus santuarios, desde Misrata a Raqqa. Tambíen es necesario combatirlo con la ideología. Europa no tiene ninguna estrategia anti-radicalización de los musulmanes que viven entre nosotros. Pero sin ella, nada hay que oponer a los reclutadores de la yihad.

En cualquier caso, lo primero que deben hacer los europeos es colocarse a la ofensiva y robarles a los yihadistas el sentido de victoria en el que están instalados. El establishment de la inteligencia nos bombardea con la idea de que el Estado Islámico se encuentra a la defensiva y que ya ha perdido el 23% del territorio que controlaba. Pero al igual que no supieron verlo venir, me da la sensación de que siguen errando en la métrica con la que fijar la victoria o la derrota. Y se diga lo que se diga, la campaña militar contra el Estado Islámico sigue siendo insuficiente. Los datos que se ofrecen son incompletos o poco honestos (se suele subrayar el número de salidas, pero se omite la cantidad de munición realmente disparada y, sobre todo, la naturaleza de los objetivos).

España anda sumida en su propia crisis institucional y política, pero el mundo no se va a detener por eso. Y mucho menos los planes de los yihadistas. Y ya sólo por lo que estamos viendo en nuestros vecinos, deberíamos preocuparnos y mucho. Nuestro país está en el punto de mira de una variedad de grupos, unos afiliados a Al Qaeda y otros al Estado Islámico. Las menciones a al Andalus se han multiplicado en los últimos meses tanto en los mensajes de los yihadistas como en sus publicaciones internas. Dejar que sea sólo la Policía la encargada de frustrar las tramas de la yihad, es suicida. Ya deberíamos saber que ni la mejor inteligencia ni la mejor policía pueden garantizar completamente la seguridad frente al terror islámico.

Reunir a los firmantes y observadores del Pacto Anti-Yihadista es llorar como la Mogherini y contentarse con hacer un llamamiento a la solidaridad que en nada mejora la seguridad de Europa y de España. Limitarse a ver la yihad desde la barrera o limitarse a entrenar a un ejército en Irak que apenas sabe y quiere combatir, es dejar nuestro destino inmediato en las manos de una gran incógnita. No hacer lo suficiente equivale a un llamamiento a que atenten también en nuestro suelo. El gobierno estará en funciones, el yihadismo no. Por desgracia y porque le dejamos.

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