Junto con la presidencia de México, Vicente Fox recibió un muy bien articulado sistema de premios y castigos diseñado para la complicidad, no para la rendición de cuentas ante los ciudadanos.
Ya es hora de cambiar esos incentivos contrarios a la democracia. Un ejemplo simple de teoría de juegos muestra a dos niños peleando por quedarse con una mayor rebanada de pastel. Para dirimir el pleito, la autoridad propone el siguiente esquema: que el niño A parta dos rebanadas de pastel, del tamaño que guste, pero que el niño B tenga prioridad para elegir entre las dos rebanadas. El resultado es previsible. A será escrupulosamente equitativo al partir las rebanadas porque sabe que B se beneficiaría de cualquier diferencia en su tamaño.
Los románticos incurables, a poco de reflexionar en el ejemplo, dirán: ‘!Qué feo!, los niños deberían ser generosos y desinteresados’. Pero no se trata de un asunto de buenos sentimientos, sino de un asunto de incentivos correctos o incorrectos para actuar bien. Los románticos incurables, de Juan Jacobo Rosseau a la fecha, ignoran o pretenden ignorar que así somos los seres humanos.
Un ejemplo actual de nuestro sistema político: los liderazgos sindicales aseguran puestos en el poder legislativo, a pesar de que la tarea de los legisladores puede estar en claro conflicto con los intereses de los líderes sindicales.
¿Resultado? A iniciativa de esos legisladores-sindicalistas se aprueban privilegios fiscales para determinado gremio -como la burocracia- y hoy nos encontramos con que los ‘trabajadores al servicio del Estado’ (vulgo: burócratas) seguirán exentos del pago de impuesto sobre la renta en el caso de prestaciones y otros ingresos adicionales a su salario contractual, mientras que el resto de los trabajadores deberán acumular esos ingresos a su base gravable.
En el pasado, estas conductas -que son aberrantes en una democracia y en un Estado de Derecho- no sólo eran toleradas sino propiciadas por un sistema que no estaba diseñado para rendir cuentas ante los electores, sino para la complicidad que permite perpetuarse en el poder. A cambio de esos privilegios, los líderes garantizaban sumisión y numerosos votos al partido en el poder.
Vicente Fox llegó a la presidencia, pero la alternancia no implicó la desaparición automática de ese sistema de incentivos diseñado para la complicidad. El resultado, hasta ahora, es que una parte de quienes acompañan a Fox en la tarea de gobernar olvidaron muy pronto los propósitos de cambio, al constatar que el sistema de incentivos para la complicidad los beneficia ahora a ellos.
Error: No se trataba solamente de que ‘los buenos’ sustituyeran a ‘los malos’, sino de sustituir el sistema de incentivos y modificar de raíz las reglas del juego.
Por lo pronto, no debería sorprendernos que algunos de ‘los buenos’ se porten igual o peor que ‘los malos’ de antes. Lo que debería preocuparnos es cómo lograr que las reglas y los incentivos sean los correctos para que buenos y malos no tengan otro remedio que portarse bien.
Ojalá Fox no resulte un romántico incorregible que aún sueñe que los políticos se dividen en ángeles virtuosos y demonios irredentos. No, cada cual, en circunstancias normales, busca la rebanada más grande del pastel.
©AIPE
Ricardo Medina Macías es analista político mexicano.
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