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Ricardo Medina Macías

El nada espontáneo gobierno de la chusma

Este mito de la espontaneidad les confiere de una forma vicaria (o virtual, para usar el adjetivo rutinario) un aura de legitimidad: "Con los anhelos del pueblo no se discute".

En diversos países de Latinoamérica el gobierno de la chusma –la oclocracia– está avasallando a las instituciones y, con ellas, a la ley y a la libertad como sustentos de la auténtica democracia. Sería ingenuo creer que es un fenómeno espontáneo.

Aproximación sensorial al fenómeno: lo mismo se ven, se oyen y hasta se huelen en las plazas y calles de la Ciudad de México, de Caracas, de Lima, de Quito, de La Paz, de Buenos Aires. Son las muchedumbres en movimiento –el mito de la "gran marcha hacia delante" sobre el que ironiza Milán Kundera– o literalmente plantadas por semanas o meses, bloqueando espacios públicos o vías de comunicación. Los nombres de esos "movimientos" –vinculados pero nunca encuadrados del todo con partidos políticos formales o con gobiernos establecidos– tratan de evocar la espontaneidad romántica de los levantamientos populares.

Ejemplos para México: los hombres y mujeres que por meses han exhibido su nada excitante desnudez en el Paseo de la Reforma en la capital mexicana, "los 400 pueblos"; los campamentos más o menos improvisados que proliferan en la plaza central de la Ciudad de México o Zócalo, donde lo mismo conviven presuntos maestros disidentes con activistas de un partido político recolectando firmas para "apoyar" a su candidato en contienda –¿un aviso de que desconfían de la eficacia o del valor del voto individual y secreto en elecciones organizadas y bajo un marco legal?–, "antorchistas" reclamando vivienda al gobierno local, policías supuestamente defraudados y parientes de reclusos que piden su liberación.

Son la más clara expresión de la oclocracia –gobierno de la plebe o de la muchedumbre– a quienes ya veían los clásicos de la filosofía política, digamos Pobilio o James Madison, como la degeneración de la democracia.

La mitología al uso en muchos medios de comunicación y entre la clase política es que se trata de movimientos populares espontáneos que reclaman agravios. Este mito de la espontaneidad les confiere de una forma vicaria (o virtual, para usar el adjetivo rutinario) un aura de legitimidad: "Con los anhelos del pueblo no se discute". Sin embargo, a poco que se medite en el fenómeno resulta evidente que tal espontaneidad es una farsa. Basta considerar que es imposible sostener estas protestas –algunas deliberadamente vagas y a todas luces imposibles de satisfacer– sin financiación de alguna fuente oculta y sin complicidad, abierta o velada, de las autoridades institucionales.

El fenómeno es tanto más alarmante por su eficacia. Esa falsa espontaneidad –de la que en automático algunos derivan la "justicia" y legitimidad de las protestas y demandas– parecería autorizar a estas muchedumbres a lograr sus propósitos al margen o en contra de la ley a la que se ciñe el resto de los ciudadanos.

La oclocracia, que no tiene nada de espontáneo o natural, beneficia a ciertos partidos y grupos de poder permitiéndoles un ventajoso "juego en dos pistas", la pista de la legalidad y la pista de la ilegalidad "justificada" por el aura de la muchedumbre presuntamente agraviada.

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