Menú
Ricardo Medina Macías

El negocio redondo de la pobreza

Los presupuestos multimillonarios para combatir la pobreza han generado más pobreza, lo que a su vez genera nuevos presupuestos multimillonarios, y así sucesivamente. Puede ser la historia de casi cualquier país subdesarrollado en la segunda mitad del siglo XX o, en México, la historia de Chiapas, Oaxaca o Guerrero. Es la historia de un error mayúsculo: pensar que la inyección de dosis masivas de dinero sirve para salir de la pobreza.

En su magnífico libro “The Elusive Quest for Growth: Economists’ Adventures and Misadventures in the Tropics”, el antiguo funcionario del Banco Mundial, William Easterly, destroza sin miramientos uno de los mitos más arraigados de los políticos y funcionarios dedicados profesionalmente a combatir la pobreza. Estos, desde los gobiernos o desde instituciones como el Banco Mundial, han cifrado su razón de ser en la ayuda a los países pobres o subdesarrollados.

En la página 43 del libro hay una gráfica tremenda. Muestra una impresionante línea que crece, de izquierda a derecha, casi en sentido vertical, y representa cómo debería haber crecido el ingreso por habitante en Zambia, África, de 1960 a 1993 (de unos 900 dólares a unos 20,000 dólares anuales) si los economistas del desarrollo –por llamarles de algún modo– hubiesen tenido razón, y una triste línea que declina de izquierda a derecha de la gráfica, mostrando cómo en realidad ha caído el ingreso por habitante en Zambia, en el mismo período (de unos 900 dólares a unos 600 dólares anuales).

Entre una fecha y otra hay millones de dólares destinados a promover el crecimiento económico de Zambia, bajo el supuesto de que la ayuda para la inversión y la inversión misma son los motores del crecimiento y son la palanca para salir de la postración del subdesarrollo.

La gráfica debería llamarse: “El abismo entre los mitos y la realidad”. La tesis de Easterly es contundente: el crecimiento económico es un asunto de incentivos, no de carretadas de dinero. Las carretadas de dinero han servido para que políticos, funcionarios y pobretólogos (quienes han hecho de la pobreza una especialidad académica) obtengan cada vez mayores presupuestos pagados por los contribuyentes y han generado los incentivos perversos para que la pobreza se mantenga y se reproduzca.

Aun más impresionante que este fracaso es la persistencia en el error. Tome usted un periódico cualquiera y encontrará declaraciones emotivas o sesudas de especialistas, políticos en el poder, políticos en la oposición, clérigos, intelectuales, artistas y demás que se conduelen de la pobreza de sus semejantes y demandan – exigen– más recursos para combatir esa miserable condición de países y personas.

Es más lucidor pedir dinero para los pobres (y más rentable manejar esos presupuestos), que establecer incentivos y promover reglas que hagan posible que los pobres dejen de ser pobres por sí mismos. Por eso, por cierto, sale tan caro ser pobre en un país pobre.

Ricardo Medina Macías es analista político mexicano.

© AIPE

En Libre Mercado

    0
    comentarios