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Ricardo Medina Macías

Energía, precios y productividad

Cuando prometan precios más bajos para la energía harían bien en transmitir a los electores también la letra pequeña: "Les prometo precios más bajos, junto con escasez; les prometo que pagarán menos por la energía eléctrica, pero sufrirán más apagones".

El desafío de la productividad jamás se resolverá negando la información más valiosa de la que disponen productores y consumidores para tomar decisiones: los precios en un mercado libre que reflejan puntualmente las condiciones de oferta y demanda.

En las recientes discusiones acerca del precio de los productos energéticos en México –la mayor parte de las cuales han estado poco iluminadas por información precisa y razonamientos lógicos– se ha pasado por alto el papel insustituible de los precios en un mercado libre como el indicador más oportuno y preciso para que productores y consumidores normen sus decisiones de acuerdo a las condiciones reales de la oferta y la demanda.

La mayor parte de los llamados "fallos de mercado" que padecemos –y que con tanta vehemencia esgrimen los partidarios del dirigismo económico como otras tantas "pruebas" de que los mercados libres no sirven– provienen justamente de ignorar a los mercados y sustituirlos por las decisiones de una camarilla tecno-burocrática, generalmente favorables a los intereses de un pequeño grupo de industriales protegidos cercanos a las instancias de poder donde se diseñan las políticas públicas.

El mercado falla justamente ahí donde le impedimos actuar. Disponemos de un ejemplo particularmente ilustrativo de las fatales consecuencias de manipular los precios de los productos energéticos en el caso de Argentina, en los últimos tres o cuatro años. La gravísima escasez de gas que ha llevado al gobierno argentino a incumplir contratos internacionales de suministro (con Chile, especialmente) y a imponer rígidos controles y medidas de racionamiento tiene un claro y único origen: el sostenimiento artificial y por decreto de precios bajos de ese producto energético –al margen del mercado y de las condiciones de costos–, dictado por razones eminentemente electorales y políticas.

Se aprende en primer año de economía que cuando a despecho de las condiciones reales de la economía un precio disminuye –y esto sucede cuando un precio nominal se mantiene en medio de un proceso inflacionario derivado de una devaluación abrupta del tipo de cambio, como sucedió en Argentina– la demanda por ese bien aumenta provocando escasez, racionamiento y mercados negros. Ante los precios bajos del gas, decenas de miles de automovilistas argentinos modificaron los motores de sus vehículos para utilizarlo, al ser más barato que la gasolina; esto incrementó la demanda de forma exorbitante, mientras que los productores –sujetos a un precio no rentable sino ruinoso– tenían todos los incentivos para dejar de producir, no para aumentar la oferta. El costo marginal de producir una sola unidad más, con esos precios artificialmente bajos, se volvió prohibitivo.

Cuando los enfebrecidos candidatos en busca del voto prometen voluntariosamente precios más bajos para la energía harían bien en transmitir a los electores también la letra pequeña escondida en esa oferta: "Les prometo precios más bajos, junto con escasez; les prometo que pagarán menos por la energía eléctrica, pero sufrirán muchos más apagones".

Si alguien ofrece otra cosa, simplemente está mintiendo.

En Libre Mercado

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