Barato para Chávez, muy caro para Venezuela. En unos cuantos meses, Hugo Chávez gastó al menos 6.000 millones de dólares para asegurar su permanencia en el poder.
Oficialmente, Hugo Chávez casi alcanzó en el referéndum del 15 de agosto los cinco millones de votos (alrededor de 1,2 millones de votos más que los que habría obtenido en las elecciones de 1998) a un costo aproximado de 1.200 dólares por voto, en un país en el que el PIB por habitante es de sólo 5.100 dólares anuales, esto es, 425 dólares al mes.
¿Hubo fraude? Sí, de varios tipos. Desde el difícilmente detectable fraude electrónico que nadie podrá comprobar hasta el viejísimo fraude, perfectamente legal en Venezuela, que consiste en utilizar cuantiosos recursos públicos provenientes de la renta petrolera (en una época en la que el barril de crudo pasa de 45 dólares) para comprar sin ambages las voluntades en un país con una tasa de desempleo abierto del 21%, con una inflación de 31% anual en 2003 y que ha experimentado sendas caídas de su PIB de menos 8,9% en 2002 y menos 9,2 % en 2003.
La radiografía económica de Venezuela es catastrófica. Si se usan los indicadores convencionales – crecimiento del producto, empleo, inflación, deuda pública, déficit fiscal– el desempeño de Chávez ha sido desastroso. Sin embargo, buena parte de los casi cinco millones de votos de los que presume los consiguió de manera perfectamente legal. Es decir, millones de venezolanos consideraron el domingo 15 que Chávez debe seguir en la presidencia hasta 2007 o más allá, si consigue reelegirse en las elecciones de 2006.
Esto significa algo tan grave como lo siguiente: el populismo genera miseria y la miseria llama a más populismo. Millones de venezolanos no quieren oportunidades de empleo productivo en una economía competitiva, quieren dádivas hoy y ahora. No quieren caminos de esfuerzo hacia el desarrollo, quieren atajos instantáneos, mágicos. El populismo se los ofrece.
En Venezuela, y seguramente en otras zonas de Hispanoamérica, el populismo sigue funcionando electoralmente a despecho de los pésimos resultados que arroja en términos de bienestar económico. Un político populista puede cosechar altísimos índices de popularidad, aun cuando sus políticas públicas generen desempleo, inflación, empobrecimiento. Si hay una masa crítica de pobres desesperanzados e ignorantes, esa masa crítica puede voltear una elección.
Tal vez la oposición venezolana subestimó el poder del populismo cuando es alimentado por abundantes recursos del erario, en este caso los dólares del petróleo.
El triunfo de Chávez huele a petróleo, a esa maldición en que se suele convertir el petróleo cuando es un monopolio en manos del gobierno. Hasta hace un par de años PDVSA, la petrolera venezolana, era administrada por profesionales y tenía cierta autonomía respecto del gobierno. Chávez, irritado por esa independencia, terminó con la vieja PDVSA y la convirtió en su caja chica, con la ayuda de técnicos cubanos enviados por Fidel Castro. Le salió bien el negocio.
© AIPE
Ricardo Medina Macías es analista político mexicano