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Ricardo Medina Macías

Lula, la veleidosa e ingrata popularidad

Lula está entre la espada y la pared. Si quiere detener la caída de su popularidad tendrá que abandonar la ortodoxia en la conducción macroeconómica... y complacer a sus aliados que le piden "osadías" heterodoxas. No debe hacerlo.
 
Luiz Inacio da Silva, Lula, cumplió 15 meses en la presidencia de Brasil. Su índice de popularidad sigue cayendo, mientras que en febrero el índice de desempleo en Brasil llegó a su nivel más alto desde 1985: 19,1 por ciento.
 
Sus aliados políticos, como el poderoso Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), amenazan con retirarle todo apoyo si no modifica la política económica ortodoxa (en los frentes monetario y fiscal) y adopta medidas más osadas –léase populistas-, que generen empleos en el corto plazo.
 
Otros de sus aliados, como los industriales que forman parte de su gabinete, critican abiertamente la conducción en el ministerio de Hacienda y en el banco central. Tanto el vicepresidente, José Alencar, como el ministro de Desarrollo Industrial, Luiz Fernando Furlán (ambos poderosos y adinerados industriales), exigen menos restricciones monetarias, dinero fácil, para relanzar la economía y menos comportamientos de "alumno modelo de la ortodoxia".
 
Un grupo de 15 legisladores del propio partido de Lula –el Partido del Trabajo- exige otro modelo económico. La semana pasada, durante las manifestaciones con motivo del novedoso Día Nacional del Desempleo, una de las pancartas más llamativas decía: "Voté equivocado/Voté Lula y estoy desempleado". Se hacen chistes crueles sobre el programa Primer Empleo impulsado por el gobierno: Ha creado un solo empleo –el de un mozo- y no se ve cuándo se generaran los diez millones de empleos que prometió Lula como candidato.
 
Otro chiste cruel: Lula había prometido "el espectáculo del crecimiento" y ahora menudean los críticos que ironizan: "Sólo tenemos el crecimiento del espectáculo".
 
Aquí hay varias lecciones de las cuales deberían tomar nota los presuntos imitadores de Lula en el continente. La primera lección es que corregir una economía aquejada de crónicos y crecientes déficit fiscales cuesta y es doloroso. La segunda lección es que no hay alternativa, a menos que el país quiera verse en el siniestro espejo de la economía argentina.
 
La tercera lección es que los peores aliados de un gobierno reformista y modernizador son los empresarios e industriales que han crecido a la sombra del proteccionismo, de los subsidios y de las rentas extraordinarias de monopolios u oligopolios garantizados por el Estado.
 
Aquí debe anotarse que en Hispanoamérica, donde floreció el mercantilismo durante el siglo pasado, muchos de los empresarios más destacados son también los adversarios más insidiosos del libre mercado y los promotores más entusiastas de la irresponsabilidad fiscal.
 
La cuarta y última lección es que la popularidad y el buen gobierno rara vez vienen juntos, sobre todo en países que necesitan purgar dolorosamente décadas de populismo y de irresponsabilidad fiscal. Lula debe sostener, contra viento y marea, las políticas fiscal y monetaria responsables. A la larga, todos los brasileños se lo agradecerán.
 
© AIPE
Ricardo Medina Macías, analista político mexicano.

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