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Ricardo Medina Macías

PRI, una agonía repugnante

Cuando por accidente uno queda en medio de una disputa entre pandillas ¿qué se hace?, ¿ayudar a los menos malos a que derroten a los más malos?, ¿ignorarlos?, ¿sacar alguna ventaja material del pleito?

Carlos Fuentes hace gala de su desvergüenza y escribe un articulillo anunciando su apoyo a tal o cual candidato a la presidencia del PRI. Es el mismo tipejo –esa es la palabra– que fue embajador de Luis Echeverría en Francia y aseguraba, con la desfachatez que le caracteriza, que el 2 de octubre de 1968, el día de la matanza en Tlatelolco, Echeverría no era funcionario del gobierno mexicano.

Es el mismo "intelectual florero" –se alquila para fiestas y celebraciones– que exigió al presidente Vicente Fox que no se tocara la venta de libros en México ni con el pétalo de un impuesto.

Fuentes es un buen ejemplo del poder corruptor de un sistema que se niega a morir. Como parte de la estrategia de corrupción incluyente propia del PRI, "invitó" a todos los mexicanos a "votar" por alguna de las detestables opciones: la fórmula de los corruptos rampantes con maquillaje de contestatarios o la fórmula de los corruptos taimados con citas de Norberto Bobbio y Carlos Pellicer.

Permítase por esta vez la anécdota personal. El sábado comía con mis hijas en un restaurante de la Ciudad de México. Restaurante con televisiones encendidas, lo que hace recordar la aguda crítica de Chesterton hace casi cien años a las comidas amenizadas con música: "o la comida es tan mala que requiere del consuelo de la buena música o la música es tan mala que requiere el consuelo de la comida o, lo que es peor sin duda: ambas –comida y música– son detestables".

En el caso de las televisiones encendidas en los restaurantes, uno supone que representan un gesto de comprensión de los dueños del establecimiento hacia los sufridos señores que "padecen" una comida familiar: Tienen a la vista y al oído algún encuentro de fútbol que les permite evadir la fastidiosa conversación o las quejas de la esposa y de los hijos. Pese al ruido del partido Tecos contra Rayados –tan memorable y apasionante–, conversábamos. De súbito, me imagino que era el llamado descanso de medio tiempo, apareció en la pantalla Roberto Madrazo. La condena fue unánime.

Mi hija Verónica resumió la repugnancia de la familia: "¡Por favor!, ¡estamos comiendo!".

Cierto. En la mesa no se habla de ciertas cosas. De excrementos, de flatulencias, de vómitos, de sangre, de mocos, de dinero mal habido, de engendros...

No es sólo un asunto de mal gusto, se trata de higiene.

Lo que preocupa de esta lenta y ostentosa agonía del PRI, cadáver insepulto y hediondo, es que sigue salpicado a toda la sociedad con sus excrecencias. Es que, fiel a la estrategia de la corrupción incluyente ("lo que le pase el PRI, te pasará a ti"), busca involucrarnos a todos en sus repugnantes pleitos de pandillas.

La última versión refinada de esta invitación a la complicidad es la que dice que el PRI, un PRI unido y fuerte, es necesario para la llamada transición a la democracia. Pamplinas. Ya entierren a su muertito porque nos está corrompiendo a todos.

© AIPE

Ricardo Medina Macías, mejicano, es analista político.

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