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Ricardo Medina Macías

Venezuela traicionada

César Gaviria de la OEA y James Carter le arreglaron el problema al tiranuelo: lograron que la oposición democrática levantara el paro nacional en Venezuela. ¿Resultado? El régimen de Hugo Chávez ya emprendió la “limpia” de opositores y de medios de comunicación incómodos. ¿Para quién trabajan los pacifistas bobalicones?

La semana pasada fue arrestado, en Venezuela, el empresario opositor Carlos Fernández, líder de la Federación de Cámaras, acusado por el régimen de Hugo Chávez de “rebelión civil, traición a la patria, instigación a delinquir, agavillamiento (sic) y devastación”. ¿Su pecado? Encabezar, junto con Carlos Ortega, líder sindical, el paro nacional que estaba doblegando la intransigencia del tiranuelo Hugo Chávez.

Carlos Ortega enfrenta cargos idénticos, pero se ha refugiado en la clandestinidad. Sin empacho, el juez Maikel Moreno –esbirro de Chávez– le dio un plazo de 48 horas para presentarse ante “la justicia” o atenerse a las consecuencias.

James Carter y César Gaviria, pacifistas de oficio, deben estar satisfechos con su misión: lograron que se levantara el paro nacional a cambio de que el régimen de Chávez hiciera vagas promesas de aceptar elecciones anticipadas para que los venezolanos decidan si quieren o no a Chávez en el poder.

Ya se ve cómo Chávez está cumpliendo con los acuerdos “por la paz”: encarcelando a los opositores, amedrentando a los medios de comunicación, promoviendo bajo cuerda la violencia a través de los “círculos bolivarianos” (esbirros del régimen disfrazados de civiles que, de esa forma, le facilitan al gobierno la fachada de “legalidad”), torturando y matando.

Un diputado al servicio de Chávez, William Lara, exigió que el ministerio público siguiera con las detenciones de quienes participaron en el paro nacional. Acusó a Fernández, el dirigente de la Federación de Cámaras, de haber delinquido “contra la salud mental (sic) de los venezolanos”. Claro, ser opositor es síntoma inequívoco de locura, como en la extinta Unión Soviética.

Hace unos días fueron asesinados, previa tortura, tres militares y una mujer que pertenecían a la oposición. Nadie sabe “oficialmente” quién los mató; sólo un pacifista bobalicón puede creer que el régimen de Chávez es ajeno a esos asesinatos.

Mientras Gaviria y Carter posaban para las cámaras –casi con la paloma de la paz posada, inmóvil, sobre sus cabezas-, Chávez “limpiaba” la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) de elementos profesionales pero “incómodos”, todos venezolanos. Para reanudar, en parte, las operaciones de extracción, distribución y venta de petróleo recibió la ayuda de técnicos libios, iraníes, iraquíes y, desde luego, cubanos.

Qué reconfortados deben sentirse los pacifistas Gaviria y Carter con sus logros. Le entregaron a Chávez un movimiento de oposición democrática envuelto para regalo. Con el obsequio, Chávez hace lo que siempre quiso hacer: aplastar cualquier disidencia a su iluminada revolución bolivariana.

Supongo que el gobierno de México ayudará a los venezolanos en esta hora aciaga, promoviendo unos rezos ecuménicos por la paz.

Ricardo Medina Macías es analista político mexicano.

©AIPE

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