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Richard W. Rahn

Impuestos y fantasías

En 1980, el presidente Carter y quienes lo apoyaban en el Congreso y en los medios de comunicación preguntaban cómo el país aguantaría el recorte de impuestos propuesto por el candidato Ronald Reagan. Insistían que tales recortes de impuestos causarían mayor inflación e intereses más altos, mientras que Reagan mantenía que fomentarían el crecimiento económico y aumentarían el nivel de vida.

¿Qué pasó? La inflación en Estados Unidos cayó de 12,5% en 1980 a 3,9% en 1984, los intereses bajaron y el crecimiento económico pasó de menos 0,2% en 1980 a más 7,3% en 1984. Y el presidente Reagan fue reelegido por una mayoría aplastante.

Hoy, un cuarto de siglo más tarde, volvemos a presenciar el mismo debate. Los opuestos al recorte de impuestos demuestran amnesia colectiva e ignorancia. Quienes se oponen a la reducción de impuestos propuesta por el presidente Bush argumentan que aumentaría el déficit presupuestario y sólo beneficiaría a los ricos. Quienes lo apoyan argumentan que más bien fomentará el crecimiento económico, aumentará la libertad y reducirá la pobreza.

Para llevar adelante un debate honesto hay que conocer los hechos. Se alega que la reducción de impuestos “costaría” unos 700 mil millones de dólares en diez años. Tales cifras no tienen sentido. Primero porque se basan en proyecciones estáticas de las recaudaciones, al asumir de manera totalmente irreal que reducir los impuestos no cambia la manera de actuar de las personas. Segundo, la propuesta reducción de impuestos equivale a menos de 0,5% del producto nacional total.

La manera correcta de medir las recaudaciones y los gastos gubernamentales es como porcentaje del producto interno bruto (PIB), así como el peso de la hipoteca de la casa que compramos guarda una relación directa con nuestros ingresos. Usted se sorprenderá al saber que a pesar de que las recaudaciones de impuestos y el gasto gubernamental han aumentado casi 20 veces en los últimos 40 años, casi no variaron en relación al PIB.

Por ejemplo, las recaudaciones del gobierno federal eran 17,5% del PIB en 1962 y fueron 17,9% el año pasado. En los últimos 40 años, las recaudaciones no han estado por debajo de 17% (1965) ni por encima de 23,5% (1983) del PIB.

A pesar de que los ingresos del gobierno federal, como porcentaje del PIB, han variado muy poco en 40 años, sí ha habido grandes cambios en las tasas de impuestos. Cuando Ronald Reagan fue elegido presidente, la tasa máxima del impuesto sobre la renta era 70% y para 1986 se había reducido a 28%. Todos los norteamericanos recibieron una reducción impositiva de no menos de 30%, pero los ingresos fiscales como porcentaje del PIB casi no variaron (de 18,9% en 1980 a 18,1% en 1988).

Lo que sí se disparó fue la tasa de crecimiento de la economía, aumentando en más de 50% durante los siete años posteriores a las reducciones de impuestos de Reagan, comparados con los siete años anteriores. Ese mayor crecimiento económico casi compensó la reducción de ingresos fiscales por las tasas más bajas. También se comprobó que el rápido crecimiento económico es una manera mucho más efectiva de reducir el desempleo y la pobreza que los programas sociales del gobierno.

Los hechos tampoco respaldan la crítica respecto a que el déficit gubernamental aumenta las tasas de interés. Lo que es realmente importante es el peso total de la deuda gubernamental y no los cambios año a año del déficit. Y los actuales niveles de la deuda gubernamental de Estados Unidos no representan ningún problema. Esa deuda llegó a ser más del 100% del PIB al final de la Segunda Guerra, mientras que en 1995 era casi 50%. Irónicamente, la única vez en 60 años que la deuda oficial ha estado por debajo del 30% del PIB fue en los años 70, década caracterizada por alta inflación, intereses muy altos y escaso crecimiento.

Respecto al tipo de reducción de impuestos que debemos tener, el premio Nobel de economía Robert Lucas escribió en un importante informe en enero: “Hay todavía mejoras importantes en bienestar provenientes de políticas fiscales, pero yo argumento que tales mejoras dependen de mayores incentivos al trabajo y al ahorro, y no de afinar los flujos de gastos”. El Prof. Lucas concluyó que eliminando los impuestos a las inversiones resultarían en avances del bienestar general de “quizás 2% a 4% en consumo anual, en perpetuidad”.

El plan del presidente Bush de eliminar el impuesto a los dividendos es un buen primer paso, pero debemos eliminar todos los impuestos al ahorro y a inversiones productivas, como los impuestos a las ganancias de capital. Así, el ingreso real de todos, incluyendo a los más pobres, crecería al doble de la tasa actual. Aquellos que se oponen a la reducción de impuestos porque beneficia a los ricos están en realidad castigando a los pobres.

Richard W. Rahn es presidente de Novecom Financial y académico asociado del Cato Institute.

© AIPE


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