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Rigoberto Stewart

Lecciones del referéndum sobre libre comercio

Las consecuencias económicas de tales programas son desastrosas, en especial para los más pobres, quienes además de no recibir beneficios de la apertura tendrán que costear los subsidios que van a beneficiar a los más ricos.

Si se quiere favorecer con intervención económica a un grupo de productores y, al mismo tiempo, minimizar el perjuicio a la sociedad entera hay que apoyar el consumo de tales productos, no la producción.

El proceso que culminó en Costa Rica con el referéndum del 7 de octubre sobre el TLC con Estados Unidos nos dejó varias enseñanzas. Una de ellas es que entre los gurúes existe una profunda ignorancia sobre el rol del comercio en la creación de riqueza. Los del "sí" luchaban por exportar (vender); los del "no" por no importar (no comprar). A ningún bando le interesa el intercambio, es decir, el comercio. Para ellos, ese no es el tema. Tal hecho quedó ratificado por Ottón Solís, ex candidato presidencial y uno de los máximos líderes del "no", al exigir subsidios para los agricultores como condición para aprobar las leyes de implementación. Esa exigencia tiene tres graves problemas: conceptual, económico y moral. Veamos el conceptual.

Sistema económico. Todos los seres humanos consumimos bienes y servicios para nuestra subsistencia y bienestar. Todos tenemos necesidades de consumo y estamos dotados de recursos (inteligencia, habilidades, medios naturales) con los cuales solventar el problema de dos sólo maneras: en autosuficiencia –cada persona produce aisladamente todo lo que necesita– o en cooperación con otras. El hombre era autosuficiente hasta que descubrió el maravilloso principio de especialización e intercambio, donde dos o más individuos satisfacen mejor sus necesidades de consumo si en vez de producir todo lo que necesitan, cada uno dedica sus recursos a los bienes y servicios que produce mejor y luego los intercambia por aquellos que otros ofrecen en condiciones ventajosas. El resultado de la aplicación generalizada de este principio es el sistema de especialización e intercambio, una intrincada red de interrelaciones e interdependencias. En él, cada individuo produce un bien (o unos pocos) y obtiene todos los demás mediante el proceso de intercambio comercial.

Dinámica del sistema. Hemos visto que las personas participan en el sistema económico con el fin de satisfacer mejor sus propias necesidades de consumo. Así se logra la máxima cantidad de riqueza y bienestar cuando cada individuo encuentra la mejor solución (la más barata) para cada una de sus necesidades de consumo, en cualquier parte del mundo. Cada vez que surge una mejor solución, la riqueza se incrementa en dos rondas. Veámoslo con un ejemplo. Supongamos que, a raíz de la liberalización comercial, el arroz se importa al 20% del precio local. Esto implica una ganancia para todos los que consumen arroz. Además, al pagar menos por ese grano, todos esos consumidores tendrán más dinero para consumir otros bienes: frijoles, carne, verduras, libros, vestimenta, etcétera. En todas esas otras actividades se generaría mayor producción, empleo y ganancias. Así, la importación de arroz barato aporta otros beneficios. En el campo se benefician todos los que consumen arroz: peones agrícolas y no agrícolas, pulperos. También los campesinos que no producen arroz se benefician del arroz más barato y de una mayor demanda de sus productos. Beneficiados urbanos: todos los que consumen arroz: taxistas, periodistas, meseros, clérigos, secretarias. Perdedores en el campo: los grandes productores de arroz, quienes tendrían que mejorar su productividad o dedicarse a producir otros productos en los que sí puedan competir. Esto también implica una mejor utilización de los recursos.

Ayuda a hogares pobres. Está clarísimo, entonces, que para favorecer a los pobres (campesinos, obreros, taxistas, vendedores ambulantes) o dejar de perjudicarlos, lo más efectivo es permitir que se abaraten los bienes de consumo básico, propiciando la apertura inmediata de esos mercados. Luego, si se estima necesario, se puede complementar esto con ayudas directas dirigidas al consumo. Pero lo que promulgan políticos como Solís, férreos opositores de la apertura comercial, es todo lo contrario: que se mantengan cerrados los mercados y se subsidie a los productores. Las consecuencias económicas de tales programas son desastrosas, en especial para los más pobres, quienes además de no recibir beneficios de la apertura tendrán que costear los subsidios que van a beneficiar a los más ricos. Esto es lo que ocurre actualmente con el proteccionismo y los subsidios.

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