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Rigoberto Stewart

Tratados comerciales y sus consecuencias

Durante el período 1982-1986, el gobierno del presidente costarricense Luis Alberto Monge impulsó el programa “Volvamos a la tierra”, el cual promovía fuertemente las exportaciones, a la vez que desalentaba las importaciones. Según los expertos, esa era la base del nuevo modelo de desarrollo. En ese entonces, siendo yo un estudiante de doctorado en economía en Estados Unidos sabía que algo andaba mal con dicha estrategia; pero no lo tenía tan claro como ahora.

Los tratados nos delatan. El pasado 16 de octubre se llevó a cabo, en San José, un magno evento que sirvió de lanzamiento de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre Centro América y Estados Unidos. En dicho encuentro, además del presidente Pacheco, hablaron, del lado estadounidense, el Subsecretario de Comercio y el jefe de la Oficina de Pequeños Negocios. Del lado costarricense hablaron el ministro de Comercio Exterior, el presidente de la Unión de Cámaras, el presidente de la Cámara de Exportadores y algunos más. Todos los ticos resaltaron los beneficios que le traería al país tener acceso asegurado e institucionalizado a ese gran mercado del norte, para exportar. Pero nadie, excepto seis palabras del ministro de Comercio Exterior, habló de los beneficios que el tratado le traería a nuestro país y a los ticos a través del consumo; es decir, la importación. Paradójicamente, nuestros gobernantes no entienden que es por esta vía donde se logra casi todo el beneficio de una apertura comercial; es el aspecto más valioso e importante de un tratado de libre comercio.

Cuando el hombre empezó a vivir en sociedad se dio cuenta de que si se especializaba en la producción de pocos bienes e intercambiaba su producto por el de otros podía lograr un mayor consumo que produciendo él mismo todo lo que consume. Ahí nació el concepto de economía. Sin intercambio no hay economía. Y cuanto más libre es el proceso de intercambio, mayor será el incremento del consumo de las partes que transan. Si el individuo vende, pero no compra, no hay intercambio; no hay incremento de consumo; no hay beneficio para él. Igualmente, si los habitantes de un país exportan bienes, pero no importan, no lograrán incrementar su consumo; no lograrán el beneficio del intercambio. La única razón para exportar es lograr el incremento del consumo a través de la importación.

Al no entender que el beneficio del TLC llega a través de la importación, los negociadores costarricenses (y de casi todos los demás países latinoamericanos) insisten en la mentada asimetría para pedir que los productos estadounidenses “sensibles” (en especial los alimentos básicos) no entren a Costa Rica desgravados en forma inmediata. Así lo hicieron con el tratado con Canadá. Pidieron y lograron una moratoria de 14 años.

Esta atrocidad tendrá dos consecuencias:

1. Al impedir, mediante aranceles, que los consumidores ticos tengan acceso a los alimentos baratos, lo que ocurre es que el beneficio normal que la economía (el intercambio) les produce a miles de consumidores pobres, se transforma en rentas (ganancias mal habidas) de empresarios y políticos ricos.

2. El énfasis en la exportación no implica que no se importe nada. Después de todo, el exportador no puede comerse los dólares. Tiene que comprar bienes y servicios. Lo que sucede es un cambio en el patrón de importación: en vez de importar bienes de primera necesidad para los pobres (arroz, lácteos, pollo, azúcar; lo que ocurriría en una economía libre), lo que se importa son Mercedes Benz, yates, vehículos de recreo muy caros, caviar y muchos viajes a Estados Unidos y Europa.

Siempre que los gobernantes pretenden intervenir a favor de los pobres, éstos salen perdiendo.

Rigoberto Stewart es director del Instituto para la Libertad y el Análisis de Políticas Públicas.

© AIPE

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