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Roberto Blum

¿Para qué sirven los políticos?

Ciudad de México.Una profesión antigua, tan antigua que quizás la del político es la segunda más antigua del mundo, hoy se encuentra en casi todas partes inmersa en una profunda crisis. Muchos ciudadanos no quieren ni oír hablar de ella. Tan desprestigiada está esta noble vocación que muchos jóvenes la rehuyen como a la peste y quienes tendrían la obligación de actuar como políticos verdaderos prefieren establecer una “sana distancia” tecnocrática.

En México sería perfectamente entendible el descrédito de esta actividad. La gran mayoría de nuestros “políticos” se han aprovechado de sus conciudadanos para enriquecerse y obtener beneficios personales traicionando con ello las causas que decían promover. No es nada nuevo. Cayo Julio César, el gran César de los romanos, supo aprovecharse de sus cargos públicos para reconstituir su menguado patrimonio personal. Creso, el más notable millonario de esa época, financió interesadamente las aventuras políticas del carismático Julio. La República se convirtió en propiedad privada de la primera familia. Y, de los políticos -de aquellos que debatían incansablemente, que impugnaban todo y a todos en el foso del senado y arengaban a la plebe en el foro- sólo quedó el recuerdo. La palabra perdió toda su eficacia. Roma había escogido el suicidio como su propio futuro. De Julio César a Julio Nepote y de Augusto a Augustulo el círculo se cerró.

El tlatoani y el cihuacoatl eran los personajes más altos de la política en el antiguo México. Su función símbolo de la unidad del pueblo era sagrada y las palabras eran su instrumento. Lo mismo que ha sido para los jefes políticos en todas partes. El mismo Yawé usó la palabra como instrumento de la creación. Jaya or y la luz se hizo. La palabra es sin duda instrumento esencial de la política. La palabra parece ser el sostén de nuestra más profunda condición humana. Y cuando las palabras pierden su sentido, la política desaparece y las sociedades se desintegran. Así nos comenzaba ya a pasar. Los mexicanos habíamos casi perdido el sentido de las palabras. Las palabras –como tantas otras cosas– nos habían sido expropiadas por un sistema depredador.

Hoy las cosas comienzan a cambiar. Los “bárbaros” se encuentran a las puertas de la gran ciudad. Su lenguaje -quizás brusco y primitivo- tiene sin embargo una fuerza y una vitalidad que las palabras de los “exquisitos” nunca tuvieron. Su transparencia e inmediatez desconcierta a quienes están acostumbrados al barroquismo palaciego. Si de Zedillo se dijo que engañaba con la verdad, de Vicente Fox se tiene que aceptar que no engaña, que dice lo que piensa y hace lo que dice. Paradójicamente fueron los licenciados y los doctores quienes desarticularon el lenguaje mexicano y así hirieron de muerte a la política. Hoy en México las palabras comienzan por fin a recobrar su sentido original. La política comienza a recobrarse después de una larga agonía de casi medio siglo. En el Congreso se comienzan a oír los gritos -a veces destemplados- y los debates -no siempre a la inglesa- de los representantes partidistas. Afortunadamente ya no es sólo el ruido de aburridos dedos que se levantan para aprobar la “línea oficial”, o aplaudir las cifras mentirosas que ocultan la dramática realidad de un país saqueado y empobrecido. Todavía falta mucho. Pero las palabras comienzan a significar de nuevo.

El presidente, acotado de nuevo como siempre debió ser, sólo tendrá su palabra como instrumento para articular la voluntad de los millones y millones de ciudadanos que habitamos este territorio. Sólo la palabra del presidente podrá articular la acción colectiva de casi 100 millones de mexicanos. El presidente tendrá que luchar a brazo partido para que todos recobremos la confianza en esa su palabra. Sin ella, Fox habrá fracasado como presidente. Sin ella los mexicanos habremos fracasado como nación.

¿Para qué sirven en verdad los políticos? Ni más ni menos que para nombrar al mundo. Para darle su significado. Para articular la realidad de todo un pueblo. Para imaginar y construir el futuro colectivo. Y su instrumento esencial es la palabra. “… y el hombre comenzó a nombrar de nuevo todas las cosas.”

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Roberto Blum es investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo AC.

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