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Roberto Brenes P.

Cien años dolarizados y sin Banco Central

El 26 de junio, Panamá celebra 100 años de tener el dólar como moneda de curso legal. Es indudable que hemos derivado muchos beneficios de este sistema monetario que ahora otros imitan. El éxito del sistema no está en haber adoptado una moneda dura, sino haber prescindido de los vicios y las distorsiones de tener un banco central.
 
Con esa ley se le dio base legal al Acuerdo Monetario firmado entre EEUU y Panamá apenas dos días antes, permitiendo el libre uso del dólar, con la idea de facilitar el pago de planillas, bienes y servicios durante la construcción del Canal.
 
Para Panamá aceptar el uso del dólar no fue difícil; fresca aún estaba en la memoria de nuestros próceres la debacle del peso colombiano en los años de la guerra de los mil días y la hiperinflación que el mal manejo de la hacienda pública colombiana había traído al Istmo en los años que Panamá fue parte de Colombia. Estas amargas experiencias y los buenos recuerdos de épocas de auge con una moneda dura inspiraron a nuestros próceres a consagrar desde nuestra primera Carta Magna un sistema monetario flexible y abierto.
 
Así el artículo 117 de la Constitución de 1904 establece que “No podrá haber en la República papel moneda de curso forzoso”. Ese texto se ha conservado casi igual en todas nuestras constituciones desde entonces. Sin embargo, después de la primera constitución se omitió el segundo párrafo, que realmente expresaba la vocación liberal y abierta de nuestros próceres cuando expresaron que “En consecuencia cualquier individuo podrá rechazar todo billete u otra cédula que no le inspire confianza; ya sea oficial o particular”.
 
Panamá con una economía dolarizada produjo una estabilidad monetaria caracterizada por bajísimas tasas de inflación. El uso del dólar genera condiciones para crear y desarrollar una sólida economía de servicios, muy visible en nuestro centro bancario y en las operaciones de Zona Libre.
 
Pero la verdadera visión de nuestros próceres estuvo en impedir instituciones que pudieran ejercer funciones de banca central. Así el Banco Nacional se concibe como un banco estatal con funciones de banca comercial y de fomento, agente fiscal del Estado, pero sin atribuciones de banco emisor ni de deudor de último recurso del sistema monetario ni bancario.
 
Al no tener facultad para emitir dinero, el gobierno no está en capacidad de monetizar el déficit. Es decir, no tiene acceso a una maquinita de imprimir billetes para financiar artificialmente el gasto público, promesas y demagogias. En casi toda América Latina la emisión monetaria es un recurso político, creador de inflación galopante y de devastadoras devaluaciones de las monedas.
 
En Panamá, por consiguiente, la inflación ha sido mínima, pero la dolarización dio pie a algo aún más importante: fue causa y efecto a la vez de un sistema bancario y monetario abierto. Este a su vez, perfecciona el sistema monetario. Y no podía ser de otra manera. Para poder mantener a largo plazo el acceso y la liquidez de la moneda dura, el sistema monetario necesariamente debía permitir el libre flujo de dólares al sistema y de actores financieros que puedan proveer ese flujo: los bancos americanos primero y con el tiempo lo que hoy se conoce como la banca internacional.
 
Esta secuencia ha contribuido a que tengamos bajas tasas de interés y facilidades de crédito desconocidos en la región, a la vez que el desarrollo de un mercado hipotecario donde el crédito barato hace la vivienda propia accesible a estratos de bajos ingresos. Los bajos intereses y créditos a largo plazo reflejan el acceso a moneda dura y el claro mensaje que ningún gobernante en Panamá puede hacer los desastres ocurridos en Argentina y tantos otros países.
 
Panamá siguió el camino correcto dolarizando y dejando la oferta y demanda monetaria en manos del mercado. Otros países han intentado dolarizar, pero sin desprenderse de la amenaza de bancos centrales politizados ni con un sistema bancario y financiero abierto a locales y extranjeros.
 
Celebramos entonces no sólo el centenario del dólar, sino un siglo de apertura financiera y monetaria, sin la sombra de los malos espíritus de la demagogia y del derroche gubernamental, sin la maquinita de imprimir billetes que suelen utilizar los políticos latinoamericanos para robar a sus compatriotas.
 
© AIPE
 
Roberto Brenes P., presidente de la Fundación Libertad.

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