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Rogelio Biazzi

Economicidio

Un mercado de trabajo excesivamente rígido y un sector público intervencionista, poco eficiente y muy caro, son hoy los principales problemas que hay que resolver si queremos que España se vuelva a recuperar.

La expresión "race to the bottom" suele utilizarse para la política que tiende a minimizar la intervención pública y reducir la regulación de la economía para aumentar la competitividad de un país, mejorar su posición en la competencia internacional, atraer inversiones y, en suma, favorecer el crecimiento. Desde que ZP llegó al Gobierno, nuestro país ha emprendido una caída hacia el fondo, que no parece tener fin, pero esta carrera no tiene nada de bueno. España será la única de las grandes economías europeas cuyo PIB se reducirá en 2010, la tasa de paro supera ya el 20% y –algo que realmente mete miedo– entre los menores de veinticuatro años está por encima del 40%. Un déficit público superior al 11% del PIB lastra aún más la recuperación que permita reducir el altísimo nivel de desempleo.

Y no sólo la evolución de las principales variables macroeconómicas refleja la mala situación de nuestra economía. Desde hace años se vienen elaborando una serie de estudios que comparan las condiciones regulatorias e institucionales en las que se desenvuelve la actividad económica en los diversos países del mundo. Y también en estos rankings nuestro país va cuesta abajo sin visos de detenerse. El deterioro de la economía española aparece de forma sistemática en todos los principales informes internacionales. Hemos venido experimentando una peligrosa caída en los índices que miden, justamente, las situaciones comparativas en las que están los países para competir entre sí por la atracción de la inversión y el desarrollo. Cualquiera que haya leído la prensa internacional a lo largo de los últimos años es consciente del espectacular deterioro que ha experimentado la imagen de la economía española: de ser un país que se ponía como ejemplo de progreso y desarrollo, España ha pasado a ser uno de los enfermos de Europa.

Por un lado, los resultados del Índice de Miseria de Moody’s –que se calcula mediante la suma de la tasa de paro y el déficit público– sitúan a España en la peor posición de Europa. En el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage y del Wall Street Journal, cuya edición 2010 se acaba de presentar en Madrid la semana pasada, nuestra posición es cada vez más insostenible. Entre los grupos que reflejan el grado de intervención del Estado en la actividad económica, España se encontraba entre el conjunto de países "mayoritariamente libres", pero dada su más reciente performance ha descendido a una categoría inferior. Estamos jugando en segunda división. Este tema no es baladí, porque, para decirlo de forma simple, muchas veces la diferencia entre la pobreza y la prosperidad es la libertad. Analizando los indicadores que mide el índice, no es sorprendente que la peor puntuación se obtenga en la regulación del mercado de trabajo, donde recibimos un merecido suspenso. Por cierto, llama la atención que los sindicatos pidan "sepultar bajo toneladas de piedras" algunas propuestas ¡de reforma laboral! En este aspecto, España se sitúa en el grupo de economías más intervenidas, junto a Venezuela o Bolivia, y muestra una regulación laboral más rígida que, por ejemplo, Irán. Tampoco nos va mejor en el informe Doing Business del Banco Mundial, que mide la facilidad para hacer negocios en los distintos países. Los aspectos peor valorados en nuestro país son las trabas administrativas para montar una empresa y –cuándo no– la dificultad para contratar y despedir trabajadores. Más de lo mismo en el Índice de Competitividad del Foro Económico Mundial: España ocupa un modesto puesto 33 en la lista global y lo más preocupante es que –a excepción de Italia– todos nuestros competidores más cercanos nos superan en competitividad.

Cada vez resulta más claro que la dura crisis que hoy sufre nuestra economía exige cambios profundos en nuestras instituciones. Un mercado de trabajo excesivamente rígido y un sector público intervencionista, poco eficiente y muy caro, son hoy los principales problemas que hay que resolver si queremos que España vuelva a recuperar el papel destacado que un día aún bastante próximo ocupó en el contexto internacional. O más simple, o hacemos algo o vamos camino de la tercera división mundial.

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