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Roger Bate

Eternizar la pobreza

A Johannesburgo han llegado 65.000 funcionarios de 175 países, acompañados por sus séquitos de aduladores, manadas de activistas y cientos de periodistas que asisten a la Cumbre Mundial de Desarrollo Sustentable. Casi todos ellos viajan por cuenta de los contribuyentes y supuestamente vienen para erradicar la pobreza y ayudar al medio ambiente.

Pero pocas veces los contribuyentes del mundo entero pagarán tanto por recibir tan poco. “Desarrollo sostenible” es la entonación de los políticamente correctos, la palabra clave para abrir las puertas de agencias gubernamentales alrededor del mundo. Pero nadie ha demostrado que el desarrollo sustentable existe ni que puede existir ni qué aspecto tiene.

No parece que los organizadores sean conscientes de la ironía que significa que el intento de alcanzar el desarrollo sostenible se haga desde Johannesburgo, una ciudad que surgió de la noche a la mañana, hace 150 años, por la fiebre del oro, cuya demanda se ha mantenido constante, pero es muy dudoso que esta ciudad se hubiese construido de haber estado entonces de moda las actuales creencias verdes.

¿Quién puede estar en contra del desarrollo sustentable? La altivez misma de la frase pone en desventaja a los escépticos, pero eso es exactamente lo que debemos ser porque esta Cumbre, lo mismo que la anterior en Río de Janeiro en 1992, con todo el clamor ecologista que la rodea, puede lograr condenar al mundo a la pobreza y a un medio ambiente mucho peor del que piadosamente hoy vituperan.

Recordemos la publicación en 1980 del neomalthusiano Informe Mundial 2000 al Presidente, donde se nos anunciaba que “si las tendencias actuales continúan, el mundo en el año 2000 estará más abarrotado de gente, menos estable ecológicamente y más vulnerable a perturbaciones que el mundo donde ahora vivimos. Graves tensiones en cuanto a población, recursos y el medio ambiente están claramente visibles en el porvenir. La gente del mundo será más pobre que hoy de muchas otras maneras”.

Un analista inglés, Bill Jamieson, lo ha expresado de la siguiente forma: “La Cumbre tiene el peligro de difundir el mito de que el mundo está en una caída en picado de destrucción ambiental y humana, que la humanidad está condenada a empeorar a menos que los gobiernos se pongan de acuerdo en gastar miles de millones en los proyectos mimados por los agoreros del fin del mundo”.

En su libro publicado esta semana, “Desarrollo sustentable: ¿promoviendo el progreso o perpetuando la pobreza?”, Julian Morris desmantela esas supersticiones. En los últimos 200 años, la población del mundo se ha multiplicado seis veces, pero la producción económica se ha disparado más de 50 veces y la expectativa de vida al nacer, lejos de caer, se ha duplicado. La mortalidad infantil es menos de una tercera parte y el ingreso real ha aumentado siete veces.

Desde 1950, la población mundial ha crecido un 90%, pero el precio de los alimentos se ha reducido en un 75%. Y no han sido los proyectos gubernamentales los que han hecho eso posible sino la mayor productividad agrícola y el comercio internacional. El mejor indicador del bienestar personal es la expectativa de vida al nacer. Entre 1962 y 1997, la expectativa mundial aumentó de 55 a 66,7 años.

Las diferencias de ingresos han aumentado, pero la mortalidad infantil se ha reducido a menos de la mitad desde la Segunda Guerra. Como bien explica Julian Morris en su libro, el desarrollo ha sido más sustentable en aquellos países que ahora son ricos que en los países que siguen siendo pobres. La razón es que la clave del desarrollo sustentable es una combinación de instituciones fuertes, especialmente el derecho de propiedad, la seguridad jurídica, la libertad de contratos y los buenos gobiernos. Eso significa el funcionamiento de una democracia descentralizada y libertad de expresión. Pero la Cumbre le dará la espalda a tales realidades y sus supuestas “soluciones” harán bastante más daño que bien.

Roger Bate* Es director del International Policy Network y editor de Perilous Precaution

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