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Rolando Behar

Pena de solidaridad

Francia no sabe, o no quiere reconocerlo; pero está en presencia de su primera Intifada. Lo que sigue es harto conocido por los israelíes

¡Cuánto me gustaría solidarizarme con los parisinos en esta hora de dolor ante los destrozos causados a su bella ciudad luz! Pero no puedo.
 
Durante más de cinco décadas, las ciudades, pueblos y granjas israelíes se han visto asediados y atacados por estas hordas de destrucción y odio. Durante todo este tiempo, la prensa, la opinión pública y los gobiernos franceses, los catalogaron de heroicos militantes luchadores por la justa causa de su libertad.
 
¡Qué pena que no pueda solidarizarme con los franceses!
 
En este momento se dan de boca con la realidad. Una realidad que han querido ocultar, por miedo o por no causar inconveniencia a sus intereses en el Cercano Oriente (colaboración con los gobiernos de Irak, Irán, Siria y Libia). Esta realidad se resume en la existencia de un sector numeroso de seguidores del Islam cuyo virulento odio hacia Occidente es expresado en violencia sin límites contra todo lo que se le interponga.
 
El Islam no regresó a Europa con el objetivo de integrarse a una sociedad desarrollada, cuya cultura es afín a los patrones de la civilización judeocristiana. En vez de ello, llegó, como hace más de un milenio, a conquistar –en este caso a reconquistar– Al Andalus y sus tierras circundantes.
 
Quizás Francia, España, Gran Bretaña o Suecia no se han dado cuenta aún de que están ocupadas por millones de musulmanes que ni se integran, ni se moderan, ni aceptan la cultura y civilización de sus “anfitriones”.
 
Francia no sabe, o no quiere reconocerlo; pero está en presencia de su primera Intifada. Lo que sigue es harto conocido por los israelíes.
 
¡Qué pena que no pueda solidarizarme con los franceses!
 
De cualquier modo, muchos de los actuales dirigentes franceses pertenecen a la generación de estudiantes de izquierda que en el París del 1968 también quemaron coches y neumáticos. Quizás por ello no estén muy asustados al ver repetidas sus aventuras juveniles en la ciudad que les ha visto envejecer.
 
Se confunden. En mayo del 68 las calles fueron tomadas por estudiantes de Filosofía y Letras, Medicina, Ingeniería, Matemáticas. El marco fueron los entornos de la Sorbona. Ahora se trata de jóvenes que, en muchos casos, son analfabetos, sin futuro, con nombres como Ibrahim o Mohamed. Todo esto sucede en los tristes y marginados suburbios de París, Marsella y Roen
 
¡Qué pena que no pueda solidarizarme con los franceses! Pero, de cualquier modo, les deseo lo mejor.

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