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Rubén Loza Aguerrebere

Colette, el regreso

Actriz, “vedette”, bailarina de “music hall”, novelista, integrante de la Academia Goncourt, medalla de oro de París. Todas esas cosas realizó Colette a lo largo de su vida, hace mucho tiempo, pero periódicamente, vuelve. Tenemos a la mano un libro de fruitiva lectura. Se titula Mujeres, y reúne una selección de sus artículos periodísticos. Escribe con desenfado sobre distintos temas vinculados a la mujer, enmarcados todos ellos, en el período de entreguerras. Desde las flores y los valores y grados de su perfume, a ciertos crímenes sorprendentes, pasando por sus minuciosas descripciones del mundo del “music hall”. En fin, desde la desnudez a la vida en provincias.

Nacida el 28 de enero de 1873 en el corazón de la Borgoña, Colette tuvo una infancia bañada de prodigios, plantas y animales. La naturaleza, ese universo encantado, poético e inefable, apareció en sus mejores libros; y en no pocas páginas de este libro, reaparece. Ese mundo que ha contribuido a mantener vigente el mito de Colette/campesina, al punto de haber superado el mito de Colette/mundana, el de aquella mujer, tan llamativa, que fumaba en pitilleras y casada —entre otros— nada menos que con el célebre político Henry de Juvenel, director de “Matin”.

A los veinte años se casó con Henri Gauthier Villiers, un sinvergüenza que nunca escribió una línea, pero que firmaba lo que su mujer escribía con el nombre de “Willy”. Así alcanzó la fama la serie Claudina, que era el nombre del personaje, hacia 1900. Su éxito radicaba en la mezcla del tono libertino y de una lágrima. Pero, después de trece años con Willy, Colette resolvió separarse y vivir su vida. Fue entonces cuando ingresó en la Compañía de Revistas de Madame Rasini.

Más tarde, dio a conocer su famosa novela La vagabunda (un libro realmente seductor), en cuyas páginas mostró el esplendor de su talento. En adelante, llevó a cabo una larga carrera literaria, escribiendo obras sencillas, pero nunca menores, que reflejaban emociones y sentimientos un tanto nostálgicos.

En lo alto de la cima, recuperó a la campesina que había sido y llegó a ser una mujer feliz. Al final de su vida, cuando era una leyenda viviente, llegaron las más variadas distinciones: medallas, diplomas, fama. Y murió a los 81 años, el 3 de abril de 1954.

Ahora, gracias a esta antología, podemos recuperarla. Aquí está su pluma, libre e irreverente, pintando el retablo en torno. Vale leer estos apuntes sobre Josephine Baker: “Josephine tiene el homóplato retraído, los hombros esbeltos y móviles, y un vientre de niña con el ombligo alto”. Y prosigue: “Grandes ojos fijos, provistos de pestañas rígidas y azules, mejillas color púrpura, azúcar deslumbrante y humedecido de su dentadura, entre unos labios de color violeta oscuro, la cabeza se niega a toda expresión, sin responder al cuádruple abrazo bajo el cual su cuerpo dócil parece derretirse”. Las líneas finales de Colette son todo un hallazgo: “Josephine Baker, desnuda, da lecciones de pudor a las bailarinas desnudas”.

Colette, Mujeres. Editorial Sudamericana, 2001.

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