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Rubén Loza Aguerrebere

La guerra de los "piqueteros"

Los “piqueteros”, esos grupos violentos que impiden la libre circulación de personas cortando rutas y calles, cobraron especial notoriedad en Buenos Aires cuando llevaron al extremos sus actividades en tiempos del ex presidente Fernando de la Rúa, prosiguieron sin tregua con Rodríguez Sáa, el breve, y se atenuaron cuando Duhalde ocupó la primera magistratura. Hasta hace poco tiempo estaban bastante tranquilos, puesto que el presidente Néstor Kirchner les había recibido en diversas oportunidades; a manera de ejemplo, digamos que se ha reunido con ellos más que con los empresarios argentinos.
 
Cuando, no hace muchos días, los piqueteros comenzaron a presionar, al punto de llegar a encerrar al ministro de Trabajo, Tomada (lo que diera lugar a que algún periodista recordara el celebrado cuento de Julio Cortázar “Casa tomada”), en su propia sede ministerial hasta las tres de la madrugada, el presidente se molestó y habló de la posibilidad de crear una policía especial para enfrentar a los piqueteros. Pero luego, en cambio, recibió a varios de los representantes más notorios de éstos, y el tema pasó a segundo plano, fue olvidándose y ya nadie habla de él.
               
Se estima que los “piqueteros” son unos 4.500 o 5.000, y ha trascendido que reciben unos 3.500.000 dólares mensuales, desde los tiempos de Menem, que ellos mismos administran. La cifra es considerada ahora exigua; y como necesita ser “actualizada” están organizando nuevas protestas. Estas manifestaciones piqueteras tienen como centro aquel tema, esencial, al que semanalmente suman uno puntual, el más sonado del momento, digamos, por ejemplo, la seguridad. Mañana será otro, y pasado uno diferente. De esa manera ha crecido su movilidad (lo importante de este grupo de presión es mantenerse activos), pero a la vez comenzaron las rencillas internas. Como consecuencia de las mismas ahora hay al menos dos corrientes. Una moderada, que lidera el piquetero Carlos D’Elía, quien esta semana ha declarado que están dispuestos a tomar las armas para defender al gobierno en caso de una intentona de golpe de Estado o de extralimitaciones por el estilo. Una amenaza nada baladí.
 
Y es la respuesta a los piqueteros radicales, también, al parecer, un tiro por elevación a Duhalde. Lo cierto es que contestan al dirigente de la línea radical, Castell, quien tiene al parecer una concepción sobrenatural de la realidad, ya que ha confesado que uno de sus sueños ha sido el de tomar la Casa Rosada al frente de los piqueteros. Sí. Apoderarse de ella.
 
En consecuencia la línea moderada (la que recibe Kirchner en su despacho presidencial, haciéndose fotos con ellos) estaría dispuesta a defender al presidente, en el hipotético caso de que aquél intentara la desmesura de concretrar sus sueños. Lo harían, queda dicho, con uñas y dientes, y armas, naturalmente (venidas no sabe de dónde). No dijeron cómo; si atricherándose en los jardines de Casa Rosada o cortando calles que hacia allí conducen, tarea que saben hacer como nadie.
               
Ciertamente, este caso es por demás ilustrativo de la distorsión de la sociedad argentina, en tanto el ciudadano común y corriente, el que trabaja, el callado, sufriente y honesto contribuyente, que llega una o dos horas tarde a su trabajo cuando los piqueteros se manifiestan, sufre todos los días el rigor de una crisis realmente profunda. Convertidos en una poderosa presión para la democracia,  estos escuadrones adictos al totalitarismo son algo más que una sensación de peligro real en las calles bonaerenses. ¿No llores por mí, Argentina?
 

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