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Rubén Loza Aguerrebere

Martin Amis se mudó a Uruguay

José Ignacio es una pequeña playa junto al mar, sobre la costa este uruguaya. Hay pocas pero muy espléndidas viviendas distribuídas aquí y allá, en medio de terrenos baldíos y un antiguo faro. Es un lugar agreste y tiene también blancas playas extendidas de suaves dunas. Aquí tiene su nueva casa Martin Amis y familia.
 
Una plateada tarde, a la sombra de los árboles del patio, conversamos. Está descalzo, viste pantalón de baño y una remera con una larga lista de escritores estampada en el pecho; él la encabeza y en ella figuran Salman Rusdhie (“soy su amigo y uno de sus fans”) y García Márquez (“a Márquez no lo conozco, no suelo leer traducciones”).
 
Me ha servido una cerveza; él prefiere vino blanco. No tardan en llegar de la playa, por una breve calle solitaria, su esposa, la uruguaya Isabel Fonseca y la hija de ambos, Fernanda, quien saluda en español y se va a jugar a su piscina inflable. Isabel nos acompaña, bebiendo una copa de vino blanco.
 
Distendido, tostado por el sol, Amis me muetrsa un libro de Naipaul (“India”) y dice: “Lo admiro profundamente. Es un gran escritor; y un hombre de gran corazón… Saul Bellow dice que tiene una mirada tan poderosa e intimidante, que basta con que lo mire una vez al año para no tener dudas por ese lapso…”.
 
¿Qué hace en José Ignacio, a 185 kilómetros de Montevideo? Escribe. Pasará todo el año. “Aquí trabajo más rápidamente que en Londres”. Y me muestra un grueso cuaderno de tapas duras, con cerca de cien páginas escritas con letra pequeña y casi sin correccciones.
 
¿Se escribe un solo libro? Responde: “Sí. Saul Bellow tiene un solo tema. Graham Greene también… Y yo, uno o dos”.  
 
Mientras arma un cigarro, dice: “A Graham Greene lo vi cuando tenía ochenta años, en un restaurante. Para una entrevista. Estaba con su mujer, veinte años menor que él; ella vestía una campera estrecha y pantalones de cuero muy ajustados y zapatos de taco alto. Era muy agradable, pero un poco escandalosa; todos estaban pendientes de ella. Y él también; quería escandalizar. Era muy simpático. Me dijo ”todos mis amigos están muertos”. Y también me dijo: “la fe es un poder que con los años, como el talento, va debilitándose”.
 
Le pregunto por Evelyn Waugh; mueve la cabeza. “Sólo me gustan sus primeras novelas. Era demasiado snob… e irónico y a veces decía cosas desagradables”. Hablando de Chesterton, en cambio, se le ilumina el rostro: “Lo leí mucho en la época de la adolescencia. Mi padre, Kingsley, lo admiraba… Era un hombre sabio; una vez dijo: “Cuando la gente deja de creer es porque cree en todo”.
 
Dios ha comenzado a recoger la sábana celeste que había extendido en el cielo y llega la hora de los adioses.
 
–Nos volveremos a ver, aquí– dice Isabel Fonseca, su esposa, sonriendo y le abraza.

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