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Rubén Osuna

y 3. Una puerta a la esperanza

Lea también 1. Los orígenes y 2. La destrucción de la competencia

Primeros reveses serios para Microsoft. Pero no todo han sido victorias para Gates y su banda. Los Tribunales obligaron a Microsoft a dar marcha atrás en el tema de Java. A ese varapalo se une el parón que Linux ha dado a la expansión de Windows NT, su sistema operativo servidor, esencial en la estrategia de Microsoft por cuanto la idea es establecer fuertes lazos de dependencia entre sus productos, traspasando así su posición de dominio en unos mercados a los demás. Con el tiempo, los servidores bajo control de Microsoft sólo darán ciertos servicios a ordenadores clientes de Microsoft. La Comisión Europea está investigando esta cuestión.

A estos reveses ha venido a sumarse la sentencia del juez Jackson, que condena a Microsoft por prácticas abusivas, lo que abre la puerta a incontables demandas de particulares y de empresas perjudicadas. Además se planteó una posible solución definitiva al caso Microsoft, que era romper la compañía en dos o tres partes (sistema operativo, Internet y aplicaciones). Pero esa posibilidad es poco viable en la práctica (a pesar de algún precedente en la historia de los Estados Unidos) y parece que Microsoft ha logrado conjurarla.

Quizás la clave habría estado en forzar a Microsoft a abrir parte del código de Windows y, sobre todo, obligarla a utilizar como formato de archivo de sus aplicaciones ofimáticas un estándar abierto, para introducir competencia en ambos mercados. Tampoco cabe esperar que algún día se aplique esta solución, más simple y efectiva, a los desmanes de Microsoft. La última noticia del caso ha sido el reciente anuncio de Gates de puesta a disposición de parte del código a grandes empresas y organismos, para que realicen si lo desean ligeras modificaciones relacionadas con la seguridad. Por un lado es una forma de descargar sobre el cliente parte de la responsabilidad de la empresa, y por otro dudo mucho de que se abra todo el código de Windows, que en un tiempo llegó a atesorar sabotajes y plagios de código a la competencia.

Una puerta a la esperanza. Estamos condenados a repetir la historia una y otra vez, o eso parece. La principal enseñanza del caso Microsoft es sobre la débil protección con que contamos frente a monopolios con conductas claramente ilegales y lesivas para los intereses de los consumidores. Allí donde debería haber competencia, y ciertamente la hubo en una época, hoy no hay nada más que una caja negra que funciona, pero a su manera, con una falta de eficiencia, elegancia y a unos costes que son ya marca de la casa.

Es imposible calcular cuántas iniciativas ha frustrado Microsoft, y el daño que eso ha supuesto no sólo para las posibilidades de elección de los consumidores, sino también para el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico. Imaginemos simplemente que IBM hubiera aplastado a Apple a principios de los 80. Eso, que se ha repetido una y otra vez con los socios y competidores de Microsoft (indistintamente), da una idea de parte, sólo parte, de ese daño.

Menos mal que algo hemos acabado aprendiendo. Muchas empresas han incorporando en sus genes la desconfianza hacia Microsoft y se resisten a utilizar sus formatos y productos, como empieza a ocurrir en los mercados de la multimedia o las comunicaciones donde se observa una clara preferencia por estándares abiertos. Los principales fabricantes de móviles, sin ir más lejos, rechazan la posibilidad de aceptar la generosa oferta de Microsoft consistente en “proporcionar” el sistema operativo de los futuros ordenadores de bolsillo. En ese aprendizaje, que se ha demostrado lento y torpe, está nuestra última esperanza como consumidores (y de muchas empresas). Dice el refrán que el listo escarmienta en cabeza ajena, y el tonto ni en la propia. Ya veremos.

Rubén Osuna es profesor de Análisis Económico en la UNED.

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