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Santiago Abascal

Se nos va el patriotismo sin complejos

La 'dama de hierro' de Madrid ha sido la mujer más importante de la política española desde la Transición, y probablemente desde Isabel II.

Creo que nadie en la política española democrática se ha atrevido a romper tantos moldes y a derribar tantos clichés como Esperanza Aguirre. La dama de hierro de Madrid ha sido la mujer más importante de la política española desde la Transición, y probablemente desde Isabel II. Esperanza, con apellido de lehendakari, y con una demostrada querencia por lo vasco, y por los vascos perseguidos por el separatismo, es la persona que ha desplegado en los últimos tiempos el discurso patriótico más desacomplejado que se ha formulado en el panorama político. El mérito es mayor, si cabe, porque, siendo presidenta de una comunidad autónoma no se ha dejado cautivar por los vapores del localismo, su discurso ha sido siempre el del interés de España, lo que sin duda le ha hecho trascender las inexistentes fronteras de Madrid y ser percibida como lideresa nacional, lo que explica ese sentimiento de orfandad expresado en las redes sociales y en los medios de comunicación desde que anunciara su retirada de la vida la primera línea, dejando ojiplático a medio país.

La aguerrida Aguirre, sin vergüenza ni complejos, ha reparado en los hechos esenciales de nuestra historia como fuente de sabiduría ante un futuro incierto, en el que las encrucijadas se multiplican. No en vano ha liderado durante estos años los actos de recuerdo de la Guerra de Independencia, que dio el pistoletazo de salida a la nación política española y que permitió casar, constitucionalmente hablando, la Nación y la Libertad. Precisamente así ha querido llamar Esperanza Aguirre a una de las pocas instituciones españolas que recuerdan esos hechos trascendentales de nuestro pasado nacional, la Fundación Dos de Mayo-Nación y Libertad, al frente de la cual ha situado al historiador Fernando García de Cortázar, que desde 2008 viene realizando una intensa labor divulgadora con motivo del bicentenario.

En el discurso que pronunció el último día de campaña de las elecciones generales, sus referencias patrióticas fueron tan extraordinarias que yo me atrevería a decir que nunca en mi vida había asistido a un mitin político en el cual la retórica fuera tan claramente patriótica; llegó a hacer sorprendentes e inéditas alusiones al Cid Campeador. Ese día Esperanza Aguirre proclamó lo que otros muchos piensan sin atreverse a pronunciar:

Ser español es algo muy grande (...) ser español es heredar una historia repleta de hechos gloriosos, que demuestra que los españoles, cuando nos lo proponemos, somos capaces de cualquier cosa (...) porque España es una gran Nación.

Aguirre cree sin duda que los españoles podemos sacar fuerzas de nosotros mismos para superar crisis de toda índole. Allí sentenció: "Los españoles podemos"; y logró lo que ningún otro orador pudo, lo que sólo los futbolistas logran: que nos sintiéramos campeones de nuevo al grito de "¡Yo soy español!", coreado al unísono por el público.

Pero vayamos de las musas al teatro. No piensen ustedes que lo de Esperanza Aguirre es vaga retórica populista y patriótica. Sabe arengar a las masas, es cierto, pero hay un pensamiento que sostiene esa pasión y esa capacidad de convicción. Lo demostró en la Escuela de Verano de la Fundación FAES de 2011, donde, sin quitarse el gorro de presidenta autonómica, tuvo la gallardía de cuestionar severamente los derroteros del sistema autonómico, señalando incluso la anomalía de las comunidades uniprovinciales y planteando una clarísima reforma que permitiera incluso la devolución de competencias al Estado; aspiración reformista de la que no se ha apeado hasta el día de su dimisión.

Y no piensen tampoco que ésta es la Aguirre de los últimos tiempos. Tan sólo se trata de la Aguirre de siempre, la misma que trató como ministra de Educación –sin éxito, debido a la presión nacionalista y a las absurdas mofas de un falso progresismo– de dar una educación nacional igual para todos los niños españoles.

Podrá pensarse que Esperanza Aguirre no ha tenido éxito. Sin embargo, su mensaje es hoy el discurso nacional que reclama la inmensa mayoría de los españoles, y tal mérito es también de ella. Con la devolución competencial, la pitada en la final de la Copa del Rey y el caso Bolinaga, supo estar al lado del pueblo español, cada vez menos representado políticamente. Ahora, repentinamente, se nos va, cuando más la necesitábamos. Poderosas serán sus razones, pero incluso en su triste despedida de la "primera línea", que no "de la política", ha conseguido dejarnos un ligero regusto de esperanza.

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