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Santiago Navajas

El escritor cuya cabeza vale un millón de dólares

En Occidente vivimos en una burbuja de fútbol y Netflix, vendiendo nuestra civilización por un puñado de petrodólares.

En Occidente vivimos en una burbuja de fútbol y Netflix, vendiendo nuestra civilización por un puñado de petrodólares.
Salman Rushdie presenta Dos años, ocho meses y veintiocho noches (Foto de Archivo, 06/10/2015) | Europa Press

En 1995 Salman Rushdie visitó Granada coincidiendo con la publicación de su novela El último suspiro. Llevaba ya seis años huyendo de la sentencia de muerte que había decretado Jomeini contra él por supuesta blasfemia literaria. Jomeini, no lo olviden, había sido aplaudido en su revolución islamista por la izquierda filosófica, como Michel Foucault, porque se había alzado contra el capitalismo, el consumismo y las democracias occidentales. Iba acompañado en su visita a la Alhambra por un séquito de agentes secretos, pagados por el Reino Unido ya que es de origen indio pero ciudadanía británica, y de la policía española. Se movía en un coche blindado. Al fin y al cabo, Jomeini había puesto precio a su cabeza: un millón de dólares (que se fue incrementando hasta más de tres millones) y el paraíso islámico como premio para el asesino (al fin y al cabo en los billetes de dólar viene impresa la leyenda "In God we trust"). Otros no tuvieron tanta suerte. Traductores y editores de la obra sufrieron atentados en varios países. Aquel día me tropecé con él por Granada, aunque no lo reconocí de inmediato, pero sí a su acompañante, Antonio Muñoz Molina. Me dio tiempo a girarme y parecían simplemente dos turistas más, con ese aire que tienen los viajeros accidentales de tener todo el tiempo del mundo y ninguna dirección fija. Rushdie, sin embargo, había hecho el esfuerzo de salir de su escondite porque, en su caso, tendría la sensación de que su tiempo podría tener una fecha de caducidad muy próxima. Y Granada, una ciudad tan culturalmente musulmana, bien valía desafiar a un bárbaro islamista.

Nos hemos acostumbrados a que la extrema izquierda cancele autores, libros y películas que no caen bajo el paraguas de lo políticamente correcto, cabe recordar que la mayor amenaza contra la libertad de expresión y de pensamiento en el mundo proviene de los islamistas, la versión más fanática del Islam, acompañados por la complicidad de los musulmanes menos fanatizados, que no dicen esta boca es mía, y los moderados y centristas occidentales que piden prudencia a los artistas para no "provocar" a los musulmanes. Recordemos que Zapatero y Bush, tan progresista el uno como conservador el otro, se unieron a la hora de no condenar contundentemente el atentado islamista contra Charlie Hebdo.

Ahora tendrá mucho eco el apuñalamiento de Salman Rushdie, bajo una sentencia de muerte declarada por un clérigo islamista iraní por haber escrito Los versos satánicos (una interpretación de la vida y la obra de Mahoma), pero mientras se aclara lo ocurrido es una oportunidad para resaltar que Occidente está ciego ante los múltiples atentados que se repiten sistemáticamente contra todos aquellos que se desvían un milímetro de la ortodoxia fundamentalista islámica. ¿Quién conoce a Ashraf Fayadh, poeta de Arabia Saudí, que ha sido condenado a muerte porque, sostienen las autoridades islámicas, promueve el ateísmo a través de la poesía (conmutada gracias a la presión internacional a "solo" ocho años de prisión y 800 latigazos)? ¿Quién sabe que en el Reino Unido han tenido que suspender la proyección de película La hija de Mahoma por las amenazas de los musulmanes suníes del país? En nuestros telediarios todo lo que no se pueda relacionar, aunque sea de la manera más estrambótica, con el cambio climático directamente es como si no existiera. Y si puede molestar a algún jeque, con más razón.

Esta pinza entre la izquierda y los islamistas contra el sistema liberal representado en la libertad de expresión tuvo su expresión política paradigmática en el acuerdo que firmaron el bolivariano Maduro y el islamista Ebrahim Raisí, entre Venezuela e Irán (además el dictador hispanoamericano visitó Turquía y Argalia, fomentando la Liga de las Naciones Antiliberales). Mientras, en Occidente vivimos en una burbuja de fútbol y Netflix, vendiendo nuestra civilización por un puñado de petrodólares.

Boabdil tuvo que salir de la Alhambra por la puerta de atrás tras su rendición ante los Reyes Católicos. Salman Ruhsdie, también, pero en su caso por no rendirse ante los ayatolás islamistas. Mientras, tras unos días lamentando escandalizados la persecución de los islamistas contra los artistas, no solo no se hará nada, sino que el mundo entero se sentará tranquilamente a ver el Mundial de Fútbol manchado de sangre y fanatismo en Catar. El lema del fin de la historia podría ser "Menos novelistas y más futbolistas".

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