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Santiago Navajas

Eugenesia, eutanasia y aborto

Esta cuestión toca lo único que aún se considera 'sagrado' por parte de la mayoría: la definición de lo humano.

Esta cuestión toca lo único que aún se considera 'sagrado' por parte de la mayoría: la definición de lo humano.

Quizás no hay debate más enconado en la actualidad que aquel en el que se trata de establecer un criterio sobre la regulación legal del aborto, la eugenesia y la eutanasia. Con razón. Porque dichos asuntos tocan lo único que aún se considera sagrado por parte de la mayoría, con independencia de su religiosidad o irreligiosidad: la definición de lo humano.

Que un asunto de tanta trascendencia, porque está en juego fundamentalmente nuestra consideración moral –esa cosa llamada dignidad– se banalice en la trifulca política y mediática forma parte de la dinámica tanto partidista como periodística, en la que la dialéctica amigo-enemigo tiende a sobreponerse a la reflexión y la comprensión de las razones de los adversarios.

Por el contrario, debemos considerar que las distintas posiciones sobre el aborto, la eutanasia y la eugenesia son igualmente razonables, aunque, por supuesto, cada uno concederá mayor ponderación a la suya. Aunque ello dependerá tanto de las circunstancias como de la calidad de las razones dadas. Es decir, que cabe la posibilidad de que una buena argumentación a favor de una posición contraria pueda llegar a convencernos.

En mi caso, soy partidario de una despenalización del aborto en determinados plazos, así como de una consideración positiva de la eutanasia y la eugenesia. Para llegar a dicha conclusión he realizado el siguiente experimento mental, inspirado en John Rawls. Supongamos que, tras un velo de ignorancia, desconozco si mi papel en un momento dado va a ser el de una mujer que, por los motivos que sean, pretende abortar, o bien el de un feto que, aunque sea por instinto de conservación, no quiere ser abortado. ¿Cómo reconciliar dicho dilema epistemológico? Encuentro que hay una regulación legal que me protege tanto en una circunstancia –la de la mujer que quiere abortar– como en la opuesta. Porque en los tres primeros meses del embarazo, en cuanto que feto, no sentiría ningún dolor en dicha operación, y mi muerte sería indiferente no sólo desde el punto de vista de la conciencia, evidentemente, sino también de la mera sensibilidad nerviosa.

En esos tres primeros meses, en los que el feto tiene exclusivamente vida vegetativa (podríamos denominarla así para distinguirla de la vida animal, que emerge cuando se es capaz de sentir dolor y, más adelante, de la vida propiamente humana, cuando los rudimentos de una vida cognitiva hicieran su aparición), la gestante podría decidir si sigue o no con su embarazo. Más allá de ese límite temporal, el feto se consideraría humano.

Esto no quiere decir que no considere razonables otras posturas, como las que defienden que el feto debe ser considerado plenamente humano desde el mismo momento de la concepción porque Dios le ha dado un alma o debido a que tiene una estructura genética definida. También considero razonable aquella posición que considera que durante los nueve meses del embarazo no cabe sino considerar al feto como parte de la madre y, por tanto, se niega a considerarlo estrictamente un ser humano diferenciado y sujeto de derechos. Que me parezcan razonables no quiere decir que las comparta porque me parecen que son maximalistas en lo político, vulgares en lo ético e ingenuas en lo antropológico.

Tres cuartos de lo mismo respecto de la eugenesia y la eutanasia, es decir, respecto del buen nacer y del buen morir. Desde la Ilustración, los modernos liberales tenemos el plan fáustico de mejorar la especie humana, es decir, de mejorarnos a nosotros mismos. En primer lugar, mediante la educación que llevaría a la autonomía moral y a la democracia política. De ahí que nuestro líder intelectual, Immanuel Kant, proclamara nuestro lema (en latín, para que se entienda mejor...): Sapere aude! Pero con el desarrollo de la ciencia y la tecnología hemos descubierto una nueva herramienta de progreso para saltar del hombre al superhombre: la reprogenética. Como dijo Nietzsche, otro de los héroes filosóficos del liberalismo:

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre; una cuerda tendida sobre el abismo.

Gracias a la ingeniería genética podemos mejorar a los humanos, y en consecuencia a la especie, de una forma mucho más rápida y eficiente que mediante la educación escolar al uso. Pero, fáusticos como he dicho que somos, debemos tener en cuenta la doble advertencia de Hölderlin, que por un lado nos empuja hacia ese abismo nietzscheano de autosuperación:

Allí donde se encuentra el peligro, nace también la salvación,

mientras que al tiempo nos advierte:

Siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en su infierno.

Por eso me ha parecido tan pobre al tiempo que desviada la refutación de Arcadi Espada de la postura antieugenésica del PP. Y no, como he comentado, porque esté en contra de dicha eugenesia, sino porque Espada pretende hacerla obligatoria, tachando a los que quieran traer al mundo a personas con discapacidades de "criminales contra la humanidad". Y es que, una vez más, se cumple la regla de que, cuanto más amigo es uno de la humanidad, menos resulta serlo de los simples, defectuosos y, ¡ay!, sufrientes humanos. Y el que esté libre de taras y mutaciones defectuosas que reparta entradas para el huxleyano mundo feliz.

En contraposición a la eugenesia socialista, que emplea la coerción planificada a través del Estado, y de la resignación conservadora, que lo fía todo al designio divino (esa otra forma de llamar a la lotería genética), una propuesta liberal sobre el aborto, la eugenesia y la eutanasia se plantearía la autonomía moral a través de la modificación genética desde el reconocimiento de las libertades reproductivas de los ciudadanos, para que las ejercieran como mejor entendieran, desde posicionamientos filosóficos no por contrapuestos menos razonables. Y sin que ninguna imposición desde una presunta superioridad moral y epistemológica, ya sea desde la derecha irreductiblemente conservadora –siempre dispuesta a convertirse en estatua de sal– o desde la izquierda progresista a machamartillo –encantada de conocerse–, pudiera dirigir un proceso inherentemente impredecible que debe ser dejado a la espontaneidad social, basada en las decisiones libres de ciudadanos igualmente razonables aunque filosóficamente enfrentados.

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