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Santiago Navajas

Évole, la izquierda y los gorilas

Vendrán otras Cubas, nos horrorizarán otras Venezuelas, nos helarán el corazón otras Coreas del Norte. Pero Évole seguirá sobre todo preocupado por la imagen de la izquierda.

Vendrán otras Cubas, nos horrorizarán otras Venezuelas, nos helarán el corazón otras Coreas del Norte. Pero Évole seguirá sobre todo preocupado por la imagen de la izquierda.
Maduro, en un acto público reciente. | Efe

Es sabido que a Hugo Chávez se le conocía popularmente como el Gorila Rojo. He recordado la denominación cuando en la entrevista de Jordi Évole a su sucesor, Nicolás Maduro, el catalán ha preguntado al venezolano si no comprendía el daño que estaba haciendo con su comportamiento a la izquierda internacional. Se le notaba a Jordi Évole sinceramente dolido porque, tras haber mostrado a Maduro cómo iconos de la izquierda internacional, el uruguayo José Mujica y el español Pablo Iglesias, tomaban distancias respecto de su persona, aquél, sin embargo, no cedía un ápice en sus pretensiones de seguir detentando el poder.

Otro tipo de primates, chimpancés, produjo hace años una desilusión semejante en la científica que los estudiaba. Para Jane Goodall los chimpancés eran como algo así como buenos salvajes rousseaunianos sin mácula de contaminación por la sociedad. Para ella, enamorada platónicamente de aquellos Adán y Eva peludos antes de la Caída, los chimpancés eran "más bonitos" que nosotros. Más que como científica empezó a comportarse como una ONG, repartiendo, literalmente, plátanos entre los agradecidos simios.

Hasta que un buen día se desató el infierno en el paraíso. Como relata en el capítulo "Guerra" de su libro A través de la ventana, se inició una guerra de exterminio entre dos grupos de chimpancés. Goodall, que pensaba que estos primates eran por naturaleza buenos (aunque esporádicamente violentos, no solían infligirse daños considerables), se horrorizó ante una realidad que rompía su beatífica visión:

A menudo me despertaba por la noche con visiones de terribles imágenes: Satán, recogiendo con la mano la sangre que perdía Sniff por la barbilla para bebérsela; el viejo Rudolf, tan tranquilo normalmente, lanzando una piedra de unos ocho kilos sobre Godi; Jomeo arrancando un pedazo de piel del muslo a De; Figan atacando y golpeando repetidamente el magullado cuerpo de Goliath, uno de sus héroes de la infancia. Y, quizá lo peor de todo, Passion comiendo la carne del bebé de Gilka, con la boca rebosando sangre como el grotesco vampiro de un cuento infantil.

De manera semejante, los izquierdistas europeos viven cómodamente en las democracias liberales que desprecian y socavan mientras anhelan el paraíso de esas exóticas revoluciones socialistas que ocurren siempre convenientemente lejos. A la hora de la verdad, sin embargo, la anticapitalista y golpista catalanista Anna Gabriel prefiere exiliarse en la muy capitalista Suiza antes que en la muy populista Venezuela o en la muy comunista Cuba. ¿Contradicción? Quizás. Pero responden con desparpajo que la vida consiste en "cabalgar contradicciones" (vulgo: ser unos redomados hipócritas).

Del mismo modo que Goodall respecto de sus chimpancés asesinos, también ahora los Évole despiertan de las ilusiones que se habían hecho respecto de sus gorilas dictatoriales. Sin embargo, no aprenderán la lección. Porque lo de Venezuela 2019 no es sino una nueva versión de las rebeliones populares contra la opresión socialista en Hungría 1956, Checoslovaquia 1968 y Polonia 1980. En la extraordinaria película La revolución silenciosa, que narra la tímida reacción de unos estudiantes de bachillerato en la RDA cuando se produce la rebelión húngara contra los invasores soviéticos, un ministro de Educación comunista explica a unos atónitos alumnos la esencia del sistema:

Soy comunista. Conozco a los enemigos de clase. Al que esté en contra del socialismo le partiré la cara.

A Goodall le costó años procesar la nueva información porque iba en contra de uno de sus prejuicios más queridos: no solo la angelical naturaleza de los chimpancés sino, y sobre todo, la infernal esencia de los seres humanos. El estudio de los chimpancés era para ella una forma de escapar hacia una utopía primigenia. Del mismo modo, para alguien como Évole el encuentro con Maduro no era el de un periodista con un político para hacerle una entrevista en la que aclarar un estado de cosas, sino el de un creyente con un líder espiritual con el propósito de arrebatarle una confesión de penitencia. Si los conquistadores españoles de la época de Hernán Cortés buscaban El Dorado, los turistas occidentales del ideal buscan su particular Reserva Natural de Pureza Ideológica.

Goodall, a pesar de todo, siguió aferrada a su dogma pesimista sobre la naturaleza humana y su mito sobre el buen salvaje chimpancé:

Creo que sólo los humanos son capaces de crueldad deliberada, de actuar con la intención de causar dolor y sufrimiento.

Évole y compañía seguirán igualmente aferrados a sus concepciones socialistas de la política y la economía porque seguirán creyendo, a pesar de los muertos y la debacle que ha puesto Maduro ante sus todavía incrédulos ojos, que solo ellos son capaces de bondad y empatía, de acuerdo a su complejo de superioridad moral. Vendrán otras Cubas, nos horrorizarán otras Venezuelas, nos helarán el corazón otras Coreas del Norte. Pero Évole seguirá sobre todo preocupado por la imagen de la izquierda, y en los Goya los cineastas españoles, acostumbrados a comportarse como el brazo artístico del terrorismo internacional, no pedirán la liberación de Venezuela, esa dictadura socialista en el corazón de América, pero sí el boicot a Israel, la única democracia liberal en Oriente Próximo.

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