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Santiago Navajas

Casado menciona a Shakespeare

Pablo Casado pasará a la Historia como el líder que dejó pasar su deber moral de presentar una moción de censura por un tacticismo romo y falta de coraje.

Pablo Casado pasará a la Historia como el líder que dejó pasar su deber moral de presentar una moción de censura por un tacticismo romo y falta de coraje.
Pablo Casado. | PP/David Mudarra

El discurso de Pablo Casado durante la moción de censura fue por momentos vibrante y lúcido, inequívocamente liberal en su defensa de una España plural, abierta, competitiva, innovadora, libre e igual. Pero también fue desabrido, sucio, condescendiente y barriobajero hacia sus aliados naturales de la derecha conservadora en autonomías y ayuntamientos. Su discurso fue un puñado de diamantes arrojados a un estercolero. A Casado no le bastó con destacarse como un estadista moderno y alternativo respecto al Frente Populista que lidera el PSOE, planifica Podemos y agita la alianza antidemocrática y antiespañola que va del PNV a ERC, pasando por Bildu. También tuvo que enfrentar su peor pesadilla. Que no es Santiago Abascal sino él mismo, incapaz de realizar su proyecto de un contrato liberal sin complejos frente a una izquierda que domina hegemónicamente el discurso y el relato, los tiempos y los medios.

Como Inés Arrimadas en su día, cuando no presentó su candidatura a la investidura en el Parlamento de Cataluña, Pablo Casado pasará a la Historia como el líder que dejó pasar su deber moral de presentar una moción de censura –ante un Gobierno que ha traspasado todas las líneas de ineficacia, impostura e inmoralidad– por un tacticismo romo y una falta de coraje político que no hace sino poner de manifiesto que, si alguna vez llega a la Moncloa, no será capaz de realizar las promesas que lanza al viento con la soltura airosa del debatiente en torneos escolares.

¿Es creíble la apuesta liberal de Pablo Casado? Sólo en el caso de que realmente siguiese siendo aquel que opuso coraje político y profundidad ideológica allá donde Soraya Sáenz de Santamaría proponía seguir con la banalidad conceptual y la sumisión práctica de Mariano Rajoy. Pero en la parte de su discurso en la que el doctor Pablo Jekyll se convirtió en Mr. Hyde Casado mostró que tendría que dinamitar primero la sede del PP en la calle Génova para desprenderse de la camarilla que llama al apaciguamiento “diálogo” y a la rendición, “moderación”.

La furia que desató Pablo Casado contra Santiago Abascal era producto de la ira de comprobar que el líder de la derecha conservadora había hecho lo que a él le hubiera gustado plantear: una refutación en toda regla, y en la sede de la voluntad y la razón nacional, al peor Gobierno de la democracia en su momento más devastador. Sin embargo, él mismo se ha atado de pies y manos dejándose llevar por el modelo del cataléptico Rajoy. Cuando Pablo Casado se mira ahora en el espejo, ve a Soraya Sáenz de Santamaría con barba. Podemos imaginar su frustración y su rabia íntimas al ver a Abascal en el lugar que le correspondía, por derecho electoral de líder de la oposición, enfrentándose a pecho descubierto y con solo cincuenta y dos escaños a la marea social-comunista que había firmado un “manifiesto por la democracia” que habría hecho las delicias de Largo Caballero, Companys y el mismísimo Stalin, que había impulsado desde 1935 la alianza de los comunistas con los socialistas. Las palmaditas en la espalda que le dieron Sánchez e Iglesias por su “brillante discurso” le debieron de provocar náuseas, porque cada elogio de la bancada del PSOE y Podemos se correspondía con una puñalada retórica al hombre con el que había compartido tantos años partido, ideas y amenazas de tiros en la nuca. Hay que cuidarse tanto del fuego amigo como del aplauso enemigo.

Abascal, por su parte, había cedido a la tentación populista que convierte su propuesta conservadora en un despropósito de retórica conspiranoica-falangista con ribetes nacional-imperialistas. Comparar la UE con la Unión Soviética sólo se le ocurre a Jorge Buxadé de copas con Jorge Verstrynge. Pero a la hora de la verdad electoral ha sido la cuña que ha permitido desalojar a los socialistas de la Junta de Andalucía sin haber erosionado el poder de los populares en la Xunta de Galicia. También es cierto que ha dinamitado la cómoda alternancia del bipartidismo entre el PP y el PSOE. Tampoco es casualidad que fuese el inventor del turno pseudodemocrático de partidos en el poder, Cánovas del Castillo, el primero que le viniese a la cabeza al líder del indefinido Partido Popular en su discurso: "En política, lo que no es posible es falso".

Pero la auténtica y gran política consiste en hacer verdadero lo que se considera imposible. Pablo Casado mostraba inconscientemente así su nostalgia de cuando la Moncloa se ganaba como si fuese una oposición a registrador de la propiedad, echando muchas horas, muchos codos, mucha paciencia y todavía más parsimonia y dolce far niente.

El fuego de la impotencia de Pablo Casado como líder débil de la oposición se manifestó quemando en pira mediática a Cayetana Álvarez de Toledo. Su decapitación parlamentaria fue el primer pago a los que no toleran en España una oposición al socialismo que sea profunda en el fondo y fuerte en las formas. El segundo pago fue el ametrallamiento dialéctico a quemarropa a Abascal, al que mandó a leer a Ortega (“y Gasset” le aclaró con la pedantería de quien ha hecho un "posgrado de Harvard" en Aravaca) y Shakespeare.

Por cierto, ¿habrá leído Casado Enrique IV? Falstaff es el mentor de juergas del príncipe Hal, un adolescente borrachuzo al que le interesan más los botellones que los reinos. Pero el rey muere y Hal se convierte en Enrique V. Desde el momento en que es coronado deja de ver a Falstaff como el mejor de sus colegas para contemplarlo como el fantasma de unos recuerdos que quisiera borrar. A la mano tendida de Falstaff escupe Hal/Enrique V con ingratitud, desprecio y sarcasmo. Pero por mucho que el rey trate de caricaturizar al súbdito como un bufón inconsciente y ridículo, Shakespeare deja claro que el villano es Enrique V y conduce nuestras simpatías hacia el deslenguado, patético, desmesurado y, sin embargo, magnífico en su inocente autenticidad Falstaff. También podemos leer en Shakespeare, esta vez en Enrique IV, un lema que podría servir a aquellos que no se dejan intimidar por las mayorías ni tienen miedo a proclamar la verdad aunque silencio avisen:

Nunca fueron tan pocos y nunca tan necesarios.

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