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Serafín Fanjul

Batalla de ideas

A las caricaturas de homúnculos y malvados que blande el PSOE, el PP responde con palabras tan gastadas y aburridas que sólo producen sueño: gestión, soluciones, eficacia...

A las simplezas zafias del video de los unos responden los otros con las insustancialidades tecnocráticas de rigor: la gestión convertida en un fin en sí misma. De un lado se caricaturiza y difama la imagen del adversario, mientras en la orilla de enfrente se escurre el bulto tras el cansino burladero de "lo que interesa a la gente". Todo lo que se ofrece es, pues, ofender o esquivar la mojadura en los asuntos clave, las graves carencias de que adolece nuestra nación, o el peligrosísimo rumbo que hemos tomado desde 2004. En la campaña electoral, Europa brilla por su ausencia. También los problemas que nos crea la pertenencia a la Unión (cuota láctea, letal para Galicia; ayudas comunitarias; política de defensa común, o una no menos conjunta actuación con los inmigrantes; o reequilibrio de la hegemonía francesa; uso del español en la Unión...).

Pero, soslayados los temas europeos en la campaña electoral, tampoco aparecen los crudos conflictos internos de España: en un tercio del territorio nacional no se puede enseñar en español, cada taifa autonómica ha instituido un sistema educativo (pésimo, pero diferente de los demás), se ha roto el mercado único con normativas locales y gravámenes impositivos distintos, la Sanidad se ha parcelado, la Seguridad Social amenaza quiebra, la política de Defensa es errática y de presupuestos menguantes, la proyección exterior de España se ha reducido a los discursos y parafernalias del 12 de octubre que, por cierto, nos salen carísimos aunque tengan escaso provecho en las tierras transoceánicas. La sociedad está absorta entre un pragmatismo hortera –si bien muy electrónico– y la incertidumbre provocada por el incompetente de Moncloa. Globalmente, no sabemos a dónde vamos ni qué queremos como pueblo.

Furcias y analfabetos copan los modelos de la tele, el debate político se circunscribe a comidillas y cotilleos de porteras y el plan de fragmentación y encanallamiento pilotado por el PRI a la española avanza imparable. Sólo Rosa Díez, entre la rechifla general, se atreve a reclamar algo tan razonable como la recuperación por el Estado de las competencias en Educación. Y en Orden Público, añadiríamos nosotros: "España necesita más maestros y más guardias civiles", dijo Azaña, que no era –creo– un ultraderechista. Y, a propósito, los republicanos del 31 –a los que tanto se huelgan en sacar en procesión Rodríguez y Cía– jamás habrían tolerado la persecución del castellano aquí y allá, empezando por los anarquistas.

A las caricaturas de homúnculos y malvados que blande el PSOE, el PP responde con palabras tan gastadas y aburridas que sólo producen sueño: gestión, soluciones, eficacia... Las mismas que llevamos oyendo a los tecnócratas de izquierdas y derechas desde hace cincuenta años. "Vota eficacia, vota Fanjul", rezaba un cartel de unas elecciones a Procuradores en Cortes allá por 1966 (Y aprovecho la ocasión para aclarar que aquel respetable señor, luego fiscal general del Estado, sí era hijo del general Fanjul –no yo– con el cual tengo un parentesco de tercer o cuarto grado, al contrario de lo que afirman por ahí detractores no muy enterados).

¿Por qué no encabeza y organiza en serio la actual dirección del PP una verdadera "Batalla de ideas"? Las respuestas son varias y en modo alguno excluyentes entre sí: pánicos electoreros (¿por qué no piensan en los votantes de derechas que se quedan en casa?); real carencia de ideas de quienes se limitan a tabular encuestas (¿por qué los genoveses desdeñan los muchos y buenos trabajos que elabora FAES?); prioridad de la imagen ante la clase política –con la que, a veces, da la sensación se sienten más unidos que con sus bases–, frente a la forja de un proyecto común y ambicioso para toda España. Hay un montón de planes, medidas y actos concretos que los votantes del PP esperan, nos tememos que en balde: que Núñez Feijóo deje de hacer garabos para conseguir incumplir sus promesas electorales sobre bilingüismo en Galicia; que el PP asuma, de verdad, la reforma del Código Penal; que se frene y dé marcha atrás a la aniquilación del Estado y al escarnio permanente contra la Nación; que los fundamentos socioculturales cristianos de nuestro país se reconozcan como irrenunciables; que la tiranía progre en los medios de comunicación, las universidades e instituciones en general se vaya a hacer gárgaras... Hay muchos más.

Pero, por encima de todas esas actuaciones concretas, la gente quiere la ilusión de una causa justa, una idea noble, generosa y desacomplejada de nosotros mismos, una idea expresada sin balbucir incoherencias y sin ir a remolque, a la defensiva, de los abusos de la izquierda. Lemas como "Santiago y cierra España" o "Viva España con honra" quedaron obsoletos por la marcha de la historia, pero seguir apelando a la "gestión", a estas alturas, también. Pero Rajoy no se entera: que Dios se apiade de él. Y de nosotros.

En España

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