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Serafín Fanjul

Batasunización general

"¡Asesino!", grita el etarra en tanto descerraja un tiro en la nuca a su víctima; "¡fascista!", te espeta un cateto cuyo máximo anhelo en ese instante es no dejarte hablar.

Nuestro país no se distingue por su nivel cultural. Por razones obvias no entraré aquí en las causas y modalidades en que se presenta tan lamentable característica: ya no hablaríamos de otra cosa. Pero no podemos ignorar las consecuencias: una población absorta en su consumismo de andar por casa, una clase política que vive tan contenta gracias a ello y una proscripción de los intereses generales, entre otros los culturales. Desde hace dos siglos vivimos de las rentas extraídas de la herencia de la cultura tradicional (desde los clásicos literarios al patrimonio artístico), mientras escasean nuestras aportaciones de trascendencia universal.

No proponemos un nuevo capítulo de masoquismo autoflagelador, al que tan aficionado es el sector autodenominado "la izquierda", pero sí mirar directamente a los pavorosos índices de ignorancia, en todos los campos, en todas las áreas sociales y políticas. Tal vez en los medios "de izquierda" el fenómeno es más escandaloso, provoca mayor vergüenza, porque "la izquierda" reclama para sí, en exclusiva, la bandera del humanitarismo, de la civilización y la cultura: la poesía, el teatro, el cine, la narrativa, las artes plásticas... todo es suyo. La mediocridad global de los resultados presentes debería moderar esa adjudicación de paternidad y la arrogancia al despreciar a "la derechona", eterna acusada de no saber salir de la zarzuela, de Pemán y Menéndez Pelayo (al que no ha leído nadie, empezando por la directora de la Biblioteca Nacional), de los Coros y Danzas de la Sección Femenina, aunque para Coros y Danzas ya llega con los de María Teresa Fernández de la Vega en Mozambique.

Porque la terrible verdad es que la autotitulada izquierda no ha producido, siquiera, ninguna aportación teórica de peso al movimiento político mundial del que dice proceder: el socialismo en sus distintas versiones. Independientemente de lo acertado, o no, de sus propuestas, entre nosotros ni hubo ni hay nadie equiparable a Marx, Lenin, Trotsky, Gramsci, Kautsky, etc. Todo lo más Manuel Sacristán o Fernando Claudín, que no son como para tirar cohetes y a los cuales, en la actualidad, no conoce ni su padre, porque a "la izquierda" no interesa nada leer y documentarse, polemizar y convencer a partir de análisis y datos: tó palante, lo mismo da osho que oshenta y a quien intente argumentar en contra, se le tilda de fascista y punto. No hay nada que discutir, sólo aplaudir; marginación y ostracismo, a ser posible violento y agresivo, para los disidentes; y regurgitación vacuna de cualquier genialidad que se ocurra a Rodríguez y su panda.

En este escenario vergonzoso, en el que se va desmoronando nuestro país sin suscitar casi reacciones, asoman unos pocos sobrenadando en el abismo inmenso (rari nantes in gurgite vasto), peleando por la supervivencia de la razón, por el empleo del cerebro y la lectura. Nada extraña, pues, que muchos de ellos, si no todos, procedan –procedamos– de "la izquierda", hartos de gurús analfabetos, de electricistas y carniceros elevados a la presidencia de ministerios o grandes corporaciones, de su propensión a la cleptocracia. Y hartísimos de verlos prestos a vender lo que sea, a entregar cualquier cosa para conservar el chupe (véase a Leguina y Guerra votando sí el inolvidable 30 de marzo). Pero no se protesta sólo por la institucionalización del trinque, sino en nuestro caso –creo– también por el arrinconamiento y persecución de la inteligencia, en medios de comunicación, editoriales, universidades, ciclos de conferencias en uno u otro lugar de España.

Ojee el lector la nómina de colaboradores de Libertad Digital y entenderá a quiénes y a qué nos referimos. Con la adición de unos cuantos nombres imprescindibles y por fortuna resueltos a no rendirse a la idiotización colectiva (y que me perdonen si descuido alguno): Gustavo Bueno, Jon Juaristi, Arcadi Espada, Albert Boadella, César Alonso de los Ríos..., todos estigmatizados, mancillados, sin querer oírles, con los cómodos sambenitos de "fascistas","vendidos". Ninguno de ellos ha renunciado a sus convicciones básicas, a su búsqueda de la verdad con valor y honestidad, al derecho a expresar sus ideas y transmitir sus conocimientos. Y, sin embargo, con frecuencia son boicoteados, insultados y agredidos, sin más móvil real que la burricie y el sectarismo: una chusma de gañanes (con o sin boina, con o sin pañuelo palestino) dispuesta siempre a apuñalar al de al lado, por envidia, por incompetencia, por incultura. Y los hechos acaecen en universidades (no sólo en las catalanas o en la del País Vasco), en instituciones culturales, en Colegios Mayores. Se insulta al que está y al que no está, a base de píldoras concentradas de ideología barata de fácil adquisición en El País (los buenos y los malos; matar es malo, amar es bueno; PP, culpable) condensadas en lemas y consignas al alcance de las entendederas de una tropa de ignorantes.

El separatismo vasco –digno heredero y sucesor de la España más negra y cerril del siglo XIX que, a su vez, reinventó y patentó para su uso las facetas más oscurantistas del XVII– ha triunfado en toda la línea. Tiene razón el tal Otegi al afirmar que han vencido, pero no por la mera derrota de la Transición, que también, sino por haber impuesto sus métodos de intransigencia y exclusión violenta de los discrepantes. Pero no sólo en Barcelona o Vitoria: añadimos, por experiencias directas, Ferrol, Málaga, Murcia, la Ciudad Universitaria madrileña, cadenas de radio o TV (con plumíferos o sin plumíferos deEl Paísatacando a los "revisionistas"; con o sin antropólogos insultando a personas ausentes). Si fuera de las Vascongadas no llegan al exterminio físico, por ahora, no más se debe a falta de valor, porque –estiman– la masa aun no es lo bastante nutrida, el grupo –quizás, quién sabe, a lo mejor– no les protege del todo. "¡Asesino!", grita el etarra en tanto descerraja un tiro en la nuca a su víctima; "¡fascista!", te espeta un cateto cuyo máximo anhelo en ese instante es no dejarte hablar. He aquí el éxito de una Transición modélica. Y el de dos partidos (comunista y socialista) incapaces de alumbrar y sacar adelante un proyecto nacional de izquierda, algo que jamás les perdonaremos.

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