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Serafín Fanjul

"Conoce tus fuerzas"

Nadie duda de que el ejército debe estar subordinado y obediente al poder civil, pero ¿qué sucede cuando éste desmantela el Estado y arrasa la Nación, toreando a la Constitución cuanto le viene en gana?

"Conoce tus fuerzas" era el título de un folletico que se repartía en el minidesfile de la Castellana el pasado día 12. La cosa se prestaba al enigma, a desentrañar la charada que la Chacón nos proponía a los españoles: ¿a qué fuerzas haría alusión la ministra Todos-somos-Rubianes? ¿Se referiría a aquellos pesados proyectiles con ruedas y sobre un rielito que, en ferias y verbenas, incitaban a forzudos y optimistas a probar su vigor lanzándolo cuesta arriba, entre fritangas asfixiantes y la caseta de la Mujer Barbuda? ¿O se tratará de fuerzas morales, o de otras más divertidas y eróticas, o de los sinsabores que, periódicamente, padecen los estreñidos? El capado sintagma se presta a equívocos y por eso intentamos entenderlo.

El misterio comenzó cuando el ejército dejó de llamarse así –maniobra de camuflaje desastrosa, a la vista de los resultados– y pasó a denominarse Fuerzas Armadas, lo cual implicaba que los honrados serenos o cualquier chiquilicuatre con estaca quedaba implicado en esa grey. Aquello se aceptó porque a unos las discusiones nominalistas nos aburren y a la inmensa mayoría le tiene al fresco casi todo, pero la poda semántica continúa y la lógica de Rodríguez-Chacón es implacable: si las Fuerzas no participan en guerras ¿para qué van a estar armadas? Si su misión es salir de naja en Irak, entre el fuego de los terroristas y la rechifla de los demás ejércitos, ¿para qué gastar en costosos artilugios que –ya se sabe– los carga el Diablo? Es mucho más aseadito y barato pagar por el anuncio –¿o lo hicieron de balde?– a Ferrán Adriá, Del Bosque o Concha Velasco que, por cierto, habría estado mucho mejor hace cincuenta años, cuando cumplimentaba al general y era la simpática Conchita. Eso sí que son fuerzas: la manduca, la alta Cultura y una vaga sugerencia de amor. Nuestras fuerzas serán invencibles en cuanto conflicto violento intervengan. Y perdonen lo de "invencibles": no se nos ocurre una palabra mejor mientras Rodríguez y su equipo de semantistas no la sustituyan por otra más acorde con las Fuerzas y sus misiones.

Nadie duda de que el ejército debe estar subordinado y obediente al poder civil, pero ¿qué sucede cuando éste desmantela el Estado y arrasa la Nación, toreando a la Constitución cuanto le viene en gana? En otros tiempos, con más fantasía que realidad, se hablaba de "ruidos de sables", mas no parece que en la actualidad los jefes de "las Fuerzas" tengan intención de hacer ni ruido de abrelatas, tan sonrientes y entusiasmados como se les ve cuadrándose ante la ministra Rubianes (lo dijo ella, no yo). O les encanta el panorama o han de estar sufriendo, en profundísimo silencio, una barbaridad. Año tras año se reduce el presupuesto del ejército –perdón, de "las Fuerzas"– ; se le humilla en el interior minimizando su presencia o mimetizándolo de cocinero o cupletera y se le somete al ludibrio externo prohibiéndole actuar cuando debe y con los medios a su alcance que, aunque exiguos, son algunos. Y es ocioso recordar de nuevo a los piratas somalíes, la fuga de Irak ordenada por Rodríguez o la pasividad como norma absoluta en Afganistán. La verdad: no se entiende por qué sonríen tanto.

Y los abucheos. Entre tantos pudorosos dengues, tantos mohínes y rasgar de vestiduras en tertulias y papeles, a cuenta de los pitidos cosechados por Rodríguez el pasado día 12 en la Plaza de Lima, nadie se acuerda, por ejemplo, de que esta práctica de abroncar a los políticos contrarios la inauguraron los progres, allá por 2002, cuando lo del Prestige; nadie evoca los reiterados mutismos y negativas tácitas de Rodríguez a condenar el aperreamiento a que sus chicos sometieron al PP (encuadrados y dirigidos y hasta con números de móviles localizados) durante la guerra de Irak y, sobre todo, el 13 de marzo de 2004; o nadie recuerda que, cada vez que Esperanza Aguirre o su consejero de Sanidad pisan un hospital madrileño, allí está el comando de gorrones sindicales –los de Méndez, el compadre de Rodríguez– armándoles el follón, Y salen a bronca por semana, o casi. No oímos a Gallardón, ni a los asalariados de Casa Polanco (RIP), o Casa Roures, poner en duda que un hospital sea un buen lugar para chillar: ¿por qué será?

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