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Serafín Fanjul

Los abortos de Rodríguez

No perseguir a la mujer que aborte es una cosa –así viene sucediendo desde la aprobación de la ley de González– y fomentar la extensión de la carnicería otra muy distinta.

Todo el aparato propagandístico del PSOE ha asimilado bien la consigna: la Iglesia está politizando la ley del aborto que, amorosamente, "para defender al feto" (sic) ha pergeñado la inigualable Bibiana, con el fin de ofrendársela al Gran Timonel de Moncloa. Nos tienen tan acostumbrados a sus demasías y abusos, de conceptos y obras, que ya ni asombra oír en una tertulia –tal vez la SER o similar– que la Iglesia pretende politizar las procesiones de Semana Santa con las protestas simbólicas de las cofradías, en vez de dedicarse a lo suyo, lo "religioso". No es que tratemos de explicar a quien no quiere escuchar que el mensaje profético no puede, ni debe, circunscribirse a ritos litúrgicos o a exhibiciones más o menos folklóricas que atraigan turistas incluso a los municipios gobernados por la izquierda; o aclarar que las cofradías disfrutan de notable autonomía del aparato eclesial, sintetizada en este momento, precisamente, en la disparidad de actitudes y medidas que adoptarán, o no, ante el caso concreto suscitado. No es sólo eso.

Junto al tono conminatorio y suficiente que no más los progres, poseedores de la Verdad absoluta (laica por supuesto), son capaces de resumir en su satisfecho sectarismo, aparece la misma fraseología de veras totalitaria que aparecía sin rebozo en las postrimerías del franquismo, cuando un sector nutrido de la jerarquía católica apoyaba el cambio político: "Tarancón al paredón", "los curas a las sacristías", "la religión es para hablar de Dios, no de política", etc. ¿Se acuerdan? Pues ya tenemos la misma verborragia que antaño, si bien ahora en las virginales boquitas de los supuestos progresistas: los curas a sus ritos y que no nos estropeen el pasodoble.

No ha faltado el concejal de IU (Alcalá de Henares) que, siempre a la cabeza de las libertades, ha propuesto retirar las subvenciones a las cofradías locales si portan lazos blancos (¿por qué no se la retiran a UGT y CCOO si apoyan, como apoyan, las actividades políticas del Gobierno, incluida la ley del aborto?); ni tampoco nos hemos visto privados del tertuliano que asegurara, como si descubriera la Piedra Filosofal, que mostrar algún signo de discrepancia con la ley Rodríguez-Bibiana es "excluyente" para los no creyentes que quieran asistir a los actos de Semana Santa. Como si todos esos hipotéticos "no creyentes" fueran fervientes partidarios del aborto, o como si, simplemente, fueran memos. Ni ha faltado el turiferario a sueldo que, dándoselas de gran zoólogo, nos ha descubierto –o ha ejercido de mero eco– que el lince del cartel no es ibérico, sino "boreal", circunstancia que cambiaría por completo la validez del mensaje.

Están desesperados porque se empieza –por fin– a encrespar el personal con sus desmanes y cada vez hay más posibilidades de que Bibiana y Rodríguez tengan que comerse su ley, bien aliñada con papitas. Si no pudieron cerrar el trato con la ETA porque la protesta en la calle –pese a las tibiezas de Rajoy– les hizo mucha más mella de lo que reconocieron, ahora ven que no nos tragamos sus alcaldadas de matarifes y honorarios nada honorables de clínicas. La virulencia de la respuesta de instalados y bien pensantes de izquierda prueba que estamos en el buen camino: temen a la protesta popular, la articulación de exigencias desde abajo que pongan en evidencia para quién trabajan en realidad.

Como en el caso de la cadena perpetua para criminales especialmente repugnantes, no quieren ni oír lo que piensa la calle, les basta con su Comisión de Expertos ad hoc –nombrada a dedo y parte en el negocio– y se inventan una "demanda social" inexistente, como hicieron con los matrimonios homosexuales, mientras ignoran y desprecian las verdaderas peticiones –y visibles– que ni avaladas por tres millones de firmas atienden ("Son pocas", sentenció la anciana vicepresidenta).

El aborto puede ser un remedio (malo) para determinadas situaciones límite, pero nunca un derecho pronto derivado en método anticonceptivo. No perseguir a la mujer que aborte es una cosa –así viene sucediendo desde la aprobación de la ley de González– y fomentar la extensión de la carnicería otra muy distinta. Al parecer, a Rodríguez no le basta con 120.000 abortos anuales y quiere reafirmar que un huevo de águila vale más que un embrión humano: ¿por qué les molesta que se diga?

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