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Susana Moneo

Desviar responsabilidades

Tirar balones fuera es una práctica común en la política. Hacerlo para salvar el tipo también, pero no por ello, porque sea habitual, es menos escandaloso. Muy al contrario. Ya va siendo hora de que eso que se llama genérica e interesadamente sociedad ejerza su capacidad de discernir y de tomar decisiones. Por lo menos que sepa, como se dice en lenguaje coloquial, lo que hay. Y lo que hay es una oposición sin rumbo, atenazada por sus errores y anquilosada por su pasado. Pero también un Gobierno que se ha dormido acurrucado en esa oposición, acunado por sus propios cantos de sirena y envilecido por el poder. Cuando Rato dice que la oposición ni siquiera ha explicado cuál es su responsabilidad en el caso Gescartera se olvida de que se está colocando al mismo nivel de aquel PSOE de Ibercorp o de los fondos reservados. Y cuando comenta que nadie de la administración se ha lucrado, debe de estar muy seguro de ello porque si no habrá que pedirle, de nuevo y una vez más, cuentas. El señor Giménez- Reyna era secretario de Estado de Hacienda.

Su obligación como vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía es dar explicaciones a quien se las debe, que no son otros que los millones de votantes que confiaron en su mensaje de limpieza y honorabilidad. Achacar a la oposición falta de legitimidad o capacidad es, simple y llanamente, escurrir el bulto. Tras un verano de silencios, oportunas desapariciones y subrepticias luchas internas entre varios departamentos ahora se utiliza a esa, sí débil y desconcertante, oposición como parapeto, pero es argumento inservible e incluso descalificador de un hacer prometido y no cumplido.

Repreguntar a la oposición, achacarle su pasado, es parte del juego político. También, al fin y al cabo, una excusa. Gescartera es lo que es, o ya nos enteraremos, y de momento lo que sabemos nos lleva a pensar que los mecanismos de vigilancia de la administración no han funcionado. Eso siendo benevolentes. Que Pilar Valiente, cuando menos, actuó tarde y mal, y que existen fundadas sospechas de su connivencia con la corrupción, es una realidad sonrojante para quien no la sabe admitir. Sonrojante y algo más para quien se empeña en desviar esta responsabilidad.

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