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Susana Moneo

Felipe es Felipe

Hará lo que él quiera. Así ha sido y así seguirá siendo. Nadie le va a decir nada, tanto si deja su escaño como si continúa en él. Una u otra decisión será comprendida y compartida públicamente por su grupo y por la dirección del PSOE. De momento, esa dirección dice que no le consta, ni oficial ni extraoficialmente, que Felipe González vaya a abandonar el hemiciclo y que sea lo que fuere, no le van a presionar.

Cualquier cosa que lleve implícito el nombre de González sigue suscitando temblores y provocando en el interlocutor una exquisita y cuidada contestación. Se siguen midiendo las palabras. Nada que moleste al líder, o que pueda dar pie a interpretaciones variopintas que ocasionen la más mínima susceptibilidad.

Al final de la anterior legislatura, el PP puso sobre la mesa el debate sobre las sanciones por ausencias. Era un debate con nombre propio, el de Felipe González. Se utilizó políticamente en pasillos, unos para atacar al ex secretario general del PSOE y otros para comentar la vileza de los populares que querían desprestigiar una vez más al ex presidente. Los socialistas pidieron un listado de los más “faltones” y entre ellos estaba naturalmente González, pero también algún popular destacado. Al final, y después de marear mucho la perdiz, no se llegó a nada.

Se esfuerzan por hacernos partícipes de que Felipe González tiene la responsabilidad de un ex presidente y, como tal, no es normal que salga a la palestra. Es razonable. Pero no lo es tanto el detalle que hacen de esa labor: “Sus contactos, su nivel de información y de experiencia”. Para ello no se necesita el acta de diputado.

González asiste a las reuniones de grupo, a casi todas, y cuando está en España, esporádicamente se acerca a su escaño. Y se le ve relajado, incluso sonríe y saluda, cuando le dejan quienes siempre le acompañan. Pero intervenir, no interviene. Lo hace de otra forma. Aconseja, dirige y opina en privado.

A pesar de que algunos lo nieguen, e incluso le concedamos al propio “number one” el beneficio de la duda sobre sus intenciones, sus palabras son, para muchos, un camino. Y eso lo puede seguir haciendo igual, fuera del hemiciclo. Si es cuestión de corazón más que de fría realidad hablamos de otra cosa.

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